El Capricho del Tiempo.

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Capítulo 1: Una espera corta y eterna

Hacía buen tiempo, el sol calentaba con sus rayos mientras una brisa fresca corría moviendo todo a su paso; los pájaros cantaban armoniosamente alegrando el paisaje; era una mañana hermosa de primavera. El verano se acercaba lento pero inevitable.

Era un buen tiempo para alegrar el corazón, pero a Frank no le llenaba.

-Será la vejez - pensó. Hacía algún tiempo en que disfrutaba de la vida, pero ya no. Sentía como iba perdiendo la emoción del mañana.

Frank vivía en una eterna espera.

Esperaba el final de un largo camino que inició pero que ya anhela su fin.

-Supongo que iré a dar un paseo -sonrió saliendo de la pesadumbre que lo cubría -La mañana es muy aburrida para alguien como yo -dijo para sí mismo. Vivía solo: desde que su esposa falleció.

Ella fue hermosa, una tormenta con suaves vientos: era amable con todos, pero de temperamento fuerte, su risa fácil pero su enojo era grave. Cargaba una justicia noble digna de los reyes de antaño.

Alumbraba la vida de Frank, fue su mundo: su escandalosa risa alborotaba sus mañanas, en un viaje de ensueño pasando por las nubes del cariño que en la penumbra vibraban en armonía.

-Tuvimos muchos niños y nietos, pero ya no los veía. Eran mayores, tenían sus propias familias y obligaciones. -suspiró

-Crecieron tan rápido. Hasta hace poco eran criaturas indefensas -. A pesar que cada día fue una batalla. Lo amaba.

-¿Aún pasearan todos los días? -Pensó al pasar por el perchero donde colocaban sus abrigos y notas.

Las mañanas como hoy - recordó -. Eran sus preferidas para salir a caminar.

Capítulo 2: Desconcertante

Cuando salió de la casa pasó por la tienda, necesitaba comprar materiales. Era pequeño. Lo suficiente para cagar una pequeña bolsa.

Se dirigió hacia el parque central, creyó que era el lugar perfecto para contagiarse de la alegría del ambiente: sintió el viento despeinarle el cabello y los rayos del sol tocarle suavemente el cuerpo, oyó los árboles moverse.

Pero, seguía sin sentirlo.

Se sentó en un banco al lado de una mujer.

A lo lejos podía ver niños jugando con sus padres, y mascotas paseando con sus dueños. Le trasladó a los buenos tiempos, cuando fue joven.

-Yo también fui uno de ellos -le dijo a la señora-. Cada fin de semana salíamos a pasear, jugábamos hasta caer del cansancio.

Ríe sin ganas.

-Mi esposa era una mujer muy enérgica, jugaba todo el día con nuestros niños y nietos. Nunca pude seguirles el ritmo.

Silencio.

-Ahora ya no son tan buenos: la rutina me estaba matando. Trabajé muchos años para conseguir el trabajo que deseaba.

Suspiró cansadamente.

-Y lo logré; pero aun así se sintió insuficiente -dijo con tristeza contenida.

-Logré trabajar en la empresa que quería, recorrí las mismas calles todos los días, tuve una buena esposa. Tuve una buena vida.

Silencio.

-¿Sabe? La vida es corta para lograr estar satisfecho pero muy larga para arrepentimientos-dijo pausadamente.

Silencio.

Capítulo 3: ¿Puede ser la vida corta y larga?

-Me pregunto dónde perdí mi juventud ¿Cuándo trabajé hasta el cansancio?

Silencio.

-¿Por qué me siento insatisfecho? Trabajé para cumplir mi sueño - frunció ligeramente el ceño.

Silencio.

-¿Podrá ser consecuencia de la vejez? -Pausa.

Silencio.

-¿Será por casarme joven?

Silencio.

- Supongo que ya no importa- suspiró -"lo hecho, hecho está."

Silencio.

-Me siento cansado, a lo mejor será la vejez. -suspiró cansadamente- Se siente como si viví 50 años -pausa-. Aunque eso no tiene sentido, mañana cumpliré 27 -dijo, y miró a la estatua sentada en el banco. El parque ya no poseía la luz de la mañana, el sol ya no alumbraba en lo alto del cielo, la temperatura había bajado unos cuantos grados, y los pájaros ya no cantaban.

-Fue un gusto hablar con usted, señora -ríe mientras le hacía una pequeña reverencia a la estatua. Atrás de él oyó una risa jovial, cargada de vida, desconcertado Frank buscó el origen; el poniente del sol le cegaba la vista, pero lo encontró había un pequeño niño con su abrigo y gorro. Tenía una gran sonrisa en su rostro.

El niño le saludó. Frank intentó devolverle el saludo, pero el niño ya se había ido.

Se acercó nuevamente al banco, recogió su pequeña bolsa y partió regreso a casa.

-Creo que este será el fin -dijo mientras veía el interior de la bolsa en la cual una soga se asomaba.

Capítulo 4: ¿Podré morir de viejo aun siendo niño?

El sol había desaparecido por lo que el camino de regreso fue diferente que al de la mañana: los adultos no se detenían para conversar, intentaban llegar a casa para calentarse, a pesar de que los niños se mantenían riendo mientras frotaban sus manos.

-Para ellos, nada es impedimento para divertirse -pensó.

-¿Cuándo lo habré perdido? ¿Cuándo habré perdido la ilusión del mañana? -suspiró cansadamente.

Al llegar a casa, dejó la pequeña bolsita en el sillón. La ropa de salir era agradable a la vista, pero muy poco al tacto por lo que cambió por una ropa más cómoda. Le agradaba la comodidad de hogar.

Encendió la chimenea creyendo que así podría alumbrar el ambiente.

-Ya no brilla tanto como antes -dijo, al borde de las lágrimas. -Ya han pasado 3 años ¿verdad cariño? -dijo, mientras veía una foto en la mesita al frente suyo.

"El tiempo vuela" me dijo la señora de la verdulería.

-Yo no lo pienso así. - Intentó vanamente dejar de llorar. Se limpió la cara con un pañito que mantenía en su bolsillo -Ha sido una larga espera.

Se levantó, dejando a al lado suyo, el libro que tenía en el regazo.

La mañana siguiente el asombro inundo el vecindario. Los niños pequeños no entendían por lo que comenzaron a llorar. El ambiente se tornó sofocante: los rayos del sol quemaban en la piel, la brisa había desaparecido, los pájaros ya no cantaban.

El eterno camino, llegó a su fin.

Colección de cuentos cortosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora