capitulo 8.

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Adrien

Era como las estrellas, tan bellas pero imposibles de alcanzar.

De hecho así la veía, en mi mundo Marinette era inexplicablemente inalcanzable. Había estado para mí, siempre ahí, atrás, a mi lado, siempre conmigo y yo, lo único que hize fue apartarla de mi por no ser valiente y tratar de que se alejara para no dañarla pero solo fue cobardía mía.

—Los catálogos están listos, sus fotos en conjunto con la señorita Marinette se tomarán mañana por la tarde—Dijo Kagami leyendo unos papeles que había entregado mi secretaria y yo seguí mirando a la ventana mientras asentía.

Mi mente estaba totalmente en blanco, me sentía extraño, perdido. Pero también pensaba en ella, en Marinette. Ya no me deprimía en exceso pensando que iría con alguien más, pero tampoco lo aceptaba. Sabía lo mucho que yo significaba para Marinette y me aprovechaba de ella.

—Adrien—me llamó Kagami sacándome de mis pensamientos—Mañana por la tarde, recuérdalo—salió de la oficina sin decir más.

Y...

¿Qué debería hacer?

Con mi puño golpeé mi escritorio. Ya no podía pensar claro. Todas esas drogas, todo ese alcohol, todo este sufrimiento me trastornaba.

Por un momento tuve todo en mis manos y luego yo solo lo enredé. Yo fui quien decidió hacer un lío con alejar a Marinette de una forma incorrecta y ahora no sabía cómo arreglarlo. Quería hacer algo más. Quería ser alguien más. Quisiera ser algo.

.......................

—Hola, señor Agreste—saludó la azabache saliendo de su camerino.

Matinette no sonrió. Su saludo fue frío, neutro y hueco. No sabía cómo sentirme al respecto. Podía odiar el hecho de que su comportamiento cambió pero también podía agradecerlo porque así estaría más lejos de lo dañino.. Más lejos de mi.

Vestia un vestido blanco y delgado, tenía en cabello un poco revuelto. Su rostro estaba relajado, había conseguido esquivar mi mirada pero podía ver cómo tensaba sus músculos.

—Bien, comencemos.

Ella asintió y se posicionó en su lugar, ambos tumbados sobre un sofá. Yo vestia un traje con la camisa desabotonada un poco.

Y, como lo esperé, ella no tuvo interacción conmigo. Solo posó para la cámara con ese profesionalismo distinguido de ella, las emociones que el camarógrafo pedía, se reflejaban en su rostro pero sus ojos le delataban si los conocías bien.

Me preguntaba por qué era un gran cobarde.

Al finalizar la seción, Matinette se fue a los vestidores en cuestión de segundos, no me miró de vuelta, no volvió a sonreírme.

¿Y saben qué?

Dolía...

Si, dolía, quemaba muy en el fondo saber cómo poco a poco su amor por mi se esfumaba. Tuve momentos en los que me invadieron los  impulsos de retenerla, de volver a atraerla a mi pero sin confesar nada, solo quería saber que ella seguiría para mí. Si, podía sonar cruel y, por suerte, no volví a cometer ese error.

Comencé a caminar también a los vestidores. Allí dentro estaba Luka, quien en seguida me saludo sacudiendo su mano también terminando de cambiarse después de su sesión de fotos. Luka era un gran amigo de Marinette y mi rival en ella, aunque no le odiaba, él era el único que podía mantener cálido el corazón de Mari.

No cruzamos palabra alguna, sabia bien que yo no era muy del agrado él y viceversa, pero tampoco era incómodo. Cuando Luka terminó de vestirse, salió al unisono que yo.

—Mari—la llamó.

Si, me llamo por esa abreviatura de nombre.

En seguida miré por el rabillo del ojo caminando a pasos lentos y ella le mostró una resplandeciente sonrisa, como aquellas que en algún momento eran para mí. Mis pies titubearon queriendo regresar, dar la vuelta y volver a atraerla a mí. Y no, no lo hize, seguí caminando fuera del lugar, subí a mi auto y conducí.

El trayecto a dónde iba era muy solitario, era tarde, el cielo ya estaba oscurecido. Mi pecho dolió por un momento, el aire comenzaba a faltarme, sentía como mi cuerpo se ponía cada vez más extraño y esto volvería a suceder....

Mis manos automáticamente movieron el volante rumbo al hospital, sabía que llegando temprano allí podía estar bien porque los síntomas eran molestos. En el auto guarde bien las bolsitas y los cigarrillos que llevaba conmigo y bajé estando en la entrada. Ya había estado allí, era muy conocido así que, en el estante que estaba perdiendo la conciencia corrieron a auxiliarme.

—No llamen a nadie, solo encarguense de mi—ordené antes de desplimarme en el suelo.

La inconsciencia era como estar muerto
Así ya no dolía nada, nada más.

Solo mía➜+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora