Capítulo 2
La pequeña Clarita
Por la mañana, el cielo se mostraba despejado, y el sol bañó el jardín con su calor.
En el interior de la casa el guardián abrió los ojos, dirigiendo su mirada curiosa a su diminuto compañero. El minino se veía mucho mejor, y con los movimientos de su voluminoso acompañante despertó. Como en su pequeña cabecita no había muchos recuerdos de lo acontecido la noche anterior, y al divisar con sus alargadas pupilas al enorme can, su instinto afloró. Las afiladas garras emergieron de sus patitas, y los pelos de su lomo se crisparon. De su hociquito escapó un bufido seguido de un prolongado maullido, que claramente indicaba peligro. La torpeza de su acompañante no lo dejó reaccionar a tiempo, y un arañazo lo alcanzó muy cerca del ojo derecho. El perro salió de la casa dando alaridos, y revolcando su hocico en el remojado pasto.
Su atacante llegó hasta la entrada de la casa enseñando los dientes.
El perro, consumido por el miedo, solo tendió a echarse de espalda en señal de sumisión. El felino, sin comprender el comportamiento del canino, se serenó y preguntó:
―¿No quieres comerme?
―¿Qué? ―Se mostró desconcertado el torpe perro―. ¿Comerte? Claro que no.
―¿Entonces?
―Entonces, ¿qué?
La víctima rodó sobre su lomo, acabando de vientre. Acomodó su hocico entre las gruesas patas, y se quedó mirando a su agresora con sus profundos ojos pardos.
―¿Acaso no eres un asesino? ―preguntó confundida la criatura―. ¿O devorador de gatos?
―¿Yo? ―Se sintió ofendido el sabueso―. No, jamás. Tengo mi alimento dentro del cubil de mis amos, y creo que pronto traerán mi pocillo... O al menos eso dice mi estómago que no deja de ladrar.
El pequeño felino completamente confundido, alzó su mirada al cielo, y al distinguir ese azul tan bello y majestuoso, pensó por un instante que aún estaba soñando, pues aún tenía alojada en sus retinas la imagen de la noche gris, derramando su agua sobre las cabezas de sus amos.
―No entiendo dónde estoy, pero si aún estoy soñando, al menos quiero disfrutar este sueño ―señaló la pequeña criaturilla, atrapando en sus pupilas azules la mirada temerosa del perro―. ¿Quién eres tú, amigo perruno?
―Bueno, mi nombre no es perruno, pero mis amos me dicen Ángelo ―respondió el ingenuo cachorro, levantando el cuerpo del pasto―. Y tú, ¿eres el animal de la lluvia?
―No... Soy Clarita.
―¿Clarita? Con razón sonabas tan chillona ―se dijo para sí mismo Ángelo―. Es un nombre, guauuu, bien gatuno... O eso creo.
―No sé si tan así, pero así me llamaron mis amos.
―Clarita, ¿qué haces tan lejos de tu cubil?
―Nada, si aún estoy en él, durmiendo arropada con mi compañerita humana, que con tanto cariño me acurruca en su nido.
―¿Qué?
―Sí, amigo perruno, esto es un sueño, mi sueño ―afirmaba con voz segura Clarita.
―Guau, guau... Creo que te tendrán que llevar donde esos hombres que nos introducen extraños palitos en nuestros traseros, y que después nos hacen beber aguas de mal sabor que nos obligan a vomitar.
―Sí, di lo que quieras, perro. Pronto despertaré y no estarás más aquí.
Clarita observó su reflejo en un charco, y se sorprendió al ver radiante su blanco pelaje.
Cuando los dueños de Ángelo salieron al patio con su plato de comida, saltaba y movía su cola, lleno de felicidad, pues ya no soportaba más el hambre que lo embargaba, y en cuanto un alto hombre moreno dejó el pocillo en el piso, el hambriento cachorro comenzó a tragar.
Clarita, reposando en sus patas traseras, observaba detenidamente desde la entrada de la casa de su salvador, agitando su cola de lado a lado. No comprendía el porqué a él lo alimentaban, si el sueño era de ella, y su pequeña pancita maullaba de hambre.
El hombre, sorprendido y encantado con la figura del pequeño gatito, se aproximó con la intención de atraparlo y llevarlo al interior de su hogar, pero en cuanto Clarita se sintió perseguida, se refugió instintivamente dentro de la casa de Ángelo. El hombre notó el temor en la criatura, y con las manos vacías volvió a entrar.
Clarita se asomó, y como vio que su perseguidor ya no estaba en los alrededores, avanzó a paso lento hasta el costado de Ángelo, observando cómo el animal comía desaforado.
―Ángelo, ¿qué quería tu amo conmigo?
Y el perro no le respondió; estaba tan preocupado de masticar y tragar, que no escuchó la voz de la recién llegada.
―¿Ángelo?
Clarita insistía sin tener respuesta alguna.
Cuando la máquina de comer hubo acabado, se dejó caer de espalda. Tenía su pancita dura por tanto comer, y con mucha dificultad se mantenía despierto.
―Ángelo.
La mole gimió de placer y, quedando tendido de costado, cayó en lo delicioso del sueño.
―Oh... Santas bolas de pelo... ¿Por qué los perros son tan bobos? ―se preguntaba Clarita recostándose junto a Ángelo.
ESTÁS LEYENDO
[A la venta en Amazon] Largo camino a casa
AdventureSinopsis Clarita y Ron son dos gatitos que disfrutan del cariño que les entrega la pequeña niña de la familia Hernández, quien juega con ellos y los abriga cuando hace frío. Sin embargo, un suceso inesperado no solo los separa de la pequeña, sino q...