Capítulo 1, Pequeña esperanza

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Capítulo 1

Pequeña esperanza

Las sucias aguas del canal arrastraron la caja por entre basura y espesa maleza despedazándola poco a poco. De un agujero hecho por una afilada rama apareció una criaturita peluda... Se trataba de un minino negro de no más de cinco meses. El pequeño fue golpeado por un grueso tronco que lo arrojó al rabioso torrente, arrastrándolo a pesar de sus intentos de aferrarse desesperadamente con sus garras a la orilla.

La caja pasó por debajo de un puente, y del otro lado se estrelló con unas ramas atrapadas en el paso, expulsándola hacia un costado. La caja cruzó por entre los barrotes metálicos de un jardín, estrellándose con violencia en el humedecido césped para terminar de destruirse.

Sobre el empapado cartón reposaba un pequeño gatito tembloroso, que con mucha dificultad intentaba incorporarse.

Maullidos desesperados inundaron la ruidosa noche. El pequeño apenas sostenía su débil cuerpecito con sus patas. No le era posible escapar de la lluvia y acabó tumbado de costado. Ya no tenía fuerzas para continuar, y solo podía observar su entorno.

De pronto, y del interior de una casa para perros, se asomó la cabeza de un curioso can que, al ver al intruso en su territorio, no dudó en salir de su resguardo. El guardián era un ejemplar San Bernardo, que se aproximó ladrando con su ronco vozarrón; aunque, al tener al pequeño a menos de un metro, contuvo su ira y lo olió. Quizás porque jamás había cruzado su camino con un gato, en sus casi siete meses de vida; logró contener ese odio natural generado por la presencia de los felinos.

Las entumecidas patas del gatito ya no respondían, y sus ojos comenzaban a cerrarse en aquel viaje final.

El perro que no sabía que hacer frente a esta situación, cogió a la pequeña criatura con su hocico y lo llevó al interior de su cubil. Al dejarlo en la cómoda superficie blanda lo empujó con ayuda de su pata, evitando de esta forma que el viento lo congelara. Luego, y al ver que no podía hacer más por él, se echó a su costado brindándole su calor corporal.

Afuera, la lluvia seguía cayendo a cántaros, y en otro lugar bastante retirado de la cálida casa del cachorro, el minino aventado a las furiosas aguas del canal luchaba por sobrevivir. A poco de morir ahogado, y en un último intento, el pequeño gatito negro se agarró de un montón de basura atrapada entre las ramas de un árbol caído, y tosiendo a causa del agua que tragó, subió a la orilla enterrando las garras entre cartones y plásticos empapados.

Una vez recuperado el aliento, buscó la caja en el torrente, pero no se avistaba por ningún lado. Cabía la posibilidad de que se hubiese quedado atrapada en el camino. Cuando pasara la tormenta tendría tiempo para buscarla.

Se encontraba junto a un maizal, y queriendo resguardarse de la lluvia, corrió por entre las cañas con la esperanza de encontrar algún lugar seco, hallándolo entre un montón de maleza. Con cuidado pasó entre las hojas, pero tuvo que salir corriendo inmediatamente, pues un grupo de ratones más grandes de lo normal tenían su madriguera en aquel sitio. Los roedores lanzaron dentelladas al intruso, y como el gatito solo había visto roedores muy pequeños que se infiltraban en su hogar, y jamás criaturas con ese tamaño, escapó al oír los primeros chillidos.

Corrió y corrió sin pensar en ninguna dirección, pasando por entre hojas y cañas caídas, hasta que llegó a un puente. Miró hacia atrás para ver si aún lo seguían las criaturas, ignorando, a causa del miedo, que solo lo querían alejar de la madriguera. Cruzó el canal por un madero apolillado, encontrando del otro lado a un gato viejo de color blanco con manchones amarillos en la cabeza y las patas, el cual se resguardaba bajo ramas secas y nailon. Se aproximó a paso lento y sorpresivamente el extraño le ofreció un lugar.

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