The throne

Capítulo 2.

Le miré, y solté rápidamente su corbata. Sonó el timbre, el cual indicaba que la primera clase había finalizado. Sí, a primera hora, un lunes ya había conseguido que me expulsaran. El frío se apoderó de mi cuerpo -estábamos en pleno diciembre- cuando las puertas se abrieron y por estas entraron numerosos alumnos.
El director pasó su brazo por mis hombros y regañadientes comencé a caminar junto a él. Bien, estaba expulsada. Seguro que ésto le gustaría muchísimo a mi madre, después mis queridisímos hermanos harían bromas al respecto y para finalizar estaría todas las vacaciones de invierno sin salir. Bueno, o eso se suponía porque obviamente me escaparía. Una sonrisa remarcó mi rostro al pensar en las vacaciones de invierno, tan deseadas y añoradas.
Muchos -no todos- prefieren el verano. Por el excesivo calor, la piscina, la playa, chicas en bikini -en el caso de los chicos- y buenorros en bañador en mi caso. Lo mejor de todo, los tres meses sin tener que estudiar. Pero claro, esto solo es la parte buena. El calor conlleva sudar, el sudar oler mal y si hueles mal nadie va a querer nada contigo. Aceptalo. Incluye también que el sol puede crear erupciones en la piel a los alérgicos -como yo- y evitar que puedas disfrutar del verano.
¿Y el invierno? Sí, hace un frío inaguantable, pero con un abrigo y un jersey no hay nada que no puedas aguantar. Aparte, son las primeras vacaciones que se tienen en todo el curso y se disfrutan muchísimo. Cuando nieva faltas a clase, cuando no, dices que la carretera estaba congelada y que por eso faltaste. Los muñecos de nieve, los ángeles... Adoro el invierno. El frío contrasta a la perfección con mi tono de piel, que nunca ha sido demasiado blanco. Pero mis ojos, verdes como el mismísimo bosque, se vuelven de un tono más claro y te hipnotizan.

En fin, que el invierno es lo mejor que puede haber para mí.

Llegamos a dirección, durante el trayecto yo me había mantenido callada inmersa en mis tan profundos pensamientos. Abrió la puerta y con el brazo me invitó a pasar en un gesto cortés, rodé los ojos y suspiré, ignorando su superioridad.

- Siéntate. -Ordenó y cerró cuidadosamente la puerta. Después, se sentó en su amplia y aparentemente cómoda y se acomodo.- Bueno, Annabelle, espero que esta expulsión sirva para modificar tu conducta.

Suspiré y contuve mil y un respuestas y me limité a asentir. Cogió el teléfono colocado en su escritorio, y marcó el que supongo que sería el número de mi madre.

- Buenos días, lamento molestarle pero debería saber que su hija ha cometido otro de sus tantos errores y esta vez no se lo voy a consentir. Queda expulsada, la expulsión comienza el día de hoy de las vacaciones y durará dos semanas. Venga a recogerla. -Colgó- Ahora viene.
- ¿Sabe que mi madre va a matarme? -Le pregunté, cruzándome de brazos.
- No haberme amenazado. Podría denunciarla. -Bramó.
- ¿Sabe que aún puedo matarle y así poder ir a un reformatorio con motivos de sobra?

Él, inexplicablemente, rió.
- Me caes bien, Da Luca. Espero que tu madre no sea demasiado cruel contigo.
- No le estoy mintiendo. Podría matarle, ahora.
- Sabes que no lo harías -Respondió.
- No esté tan seguro. La puerta se abrió y por ésta apareció mi madre. Cabizbaja, avergonzada.

Durante una hora mi madre se dedicó a disculparse para limpiar su imagen, y, de vez en cuando, me lanzaba pullitas. Pero sabía que lo malo aún no había pasado.

- Bueno, eso es todo. Espero que disculpe a mi hija por su actitud. -Repitió por décima octava vez mi madre y se puso en pie, al igual que ella, me levanté de la incómoda silla en la que me había sentado y abandonamos el despacho, no me dirigió la palabra hasta llegar al coche. Entró, se sentó y esperó a que yo también lo hiciera, cerramos las puertas y arrancó. Nada, no decía nada. Comenzaba a tener por mi vida. Mi madre no era así...

Tenía miedo, mucho miedo.