CARTA

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Querido diario... Omitiré esta parte.

Había pensado en escribir en un diario, pero la idea de hacer eso me causó arcadas por lo cursi que sería. Así que he decidido hacerlo en cartas (ahora que lo pienso es igual de cursi), en fin.

Llevo semanas dándole vueltas a la idea de nuestra existencia, el valor que le damos a nuestra vida y lo tan poco que disfrutamos de los momentos que nos regala.

Momentos que pueden ser apreciados, sentidos, para después ser recordados cuando lleguen a su vejez. Esa que no llega para todos por decisión propia o por causa de la vida misma.

Apenas me escape de casa y tome un ferry conocí a la chica con la que quiero pasar el resto de mi vida... Si al menos tuviera más tiempo de vivirla.

El estar lejos de casa es la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo, necesitaba una vida tranquila aunque fuera corta, pero en paz.

Conocer a esa chica de flequillo rubio despeinado me hace recordar las oportunidades que me perderé y que lastimosamente no tengo opción para cambiar eso.

Pero nada empezó en Saaremaa, Estonia; todo comenzó en Florencia, Italia. Cuando me dijeron que mi vida llegara a su final en un par de meses. Al principio mis padres estaban tristes, comprensible, pero luego esa tristeza se transformo en cuidados sumamente exagerados, no me dejaban ni respirar a solas. Tener un momento para mi.

Así que un domingo por la mañana salí de casa con una simple mochila en mi hombro y tomé el primer avión hacia un destino incierto.

Al estar en el avión lo único que podía pensar es "Dios sabe donde estaré yendo, posiblemente vamos a estrellarnos y hasta ahí quedaría mi vida, estampada entre montañas o hundida en los mares" me parecía mejor opción que quedarme encerrada al cuidado de mi madre, viéndome como me desintegró y desvanezco. No era capaz de soportar el dolor constante que me transmitían sus ojos cada vez que venía a mi habitación y con una falsa alegre decía "un nuevo día".  Unas cuantas horas después estaba llegando a Tallin, Estonia. Había tenido tiempo suficiente para escuchar las conversaciones de los demás pasajeros y saber que se dirigían a una isla y como no sabía que hacer llegue a la conclusión que yo también iría a esa isla.

Un ferry y un coche después...

Llegue a Saaremaa, una isla enorme con apenas personas, se ve que es un lugar realmente tranquilo.

Lo primero que captó mi atención fue la chica que estaba atendiendo a un par de ancianos en la pequeña cafetería de la isla, al parecer se dio cuenta que alguien la observaba y lo primero que hizo fue dedicarme una resplandeciente sonrisa.

- Hola, puedes pasar - la chica estaba parada desde el umbral de la puerta en la cafetería.

Asentí.

No podía hablar, me había cautivado su belleza. Llevaba un vestido color marfil con las mangas algo sueltas, encima se había puesto un chaleco verde pastel. Su cabello  estaba escondido bajo un pañuelo rosa bebé, dejando al descubierto su flequillo rubio.

- Entra - se hizo aún lado para que pudiera pasar.

Al pasar a su lado el aroma a cítricos y café inundaron mi nariz.

El lugar era pequeño solo habían cinco mesitas repartidas por el local, el color beige cubría las paredes donde yacían cuadros con distintas flores. De una pequeña puerta salió una mujer que rodeaba los cuarenta años.
Se dirigió a mí.

- Turista, ¿cierto? - asentí - huiste de casa -  estrecha los ojos.

Me remuevo al sentir la incomodidad.

- Eso es cierto - acepto.

- Te prepararé una café especial, invita la casa - y con una sonrisa la mujer atraviesa la puerta.

- ¿Huiste de casa? - La voz aterciopelada de la chica rubia capta mi atención.

- Si - en voz baja.

Por unos segundos parece procesar lo que acabo de decirle. Sacude levemente su cabeza y me dirige una sonrisa.

- Soy Genevieve - me tiende su mano y la acepto devolviéndole la sonrisa.

- Soy Theo

Ya me esta gustando esta isla.

CONSECUENCIAS DE ENAMORARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora