Colin no sabía que hubiese sido de él. Si su jefe no hubiera ido a inspeccionar o mejor dicho averiguar en qué rayos estaba metido su pequeño aprendiz. Dada la extraña forma en que le había cancelado la cita para cenar.
Agradecía esa intuición en el hombre mayor y suspiro al ver a su hermano en el suelo. Realmente patético.
Se pregunto, desde cuándo el hombre que se quejaba por subir cajas en el mostrador de la tienda era tan fuerte..., ese golpe había sido sorprendente, su hermano jamás lo vio venir... Se recordó no olvidar ese detallito u al menos en el futuro no hacerle enojar por cualquier tontería. Tenía un buen derechazo. El gran Gwain yacía en el suelo, luego de un ataque psicótico, donde se había dejado llevar por los nervios.
Minutos antes de apuntarle y empujarlo por las escaleras que conducían a la azotea. Su querido y estúpido hermano había balbuceado que prefería lanzarlo por la azotea a saberlo bajo las sabanas de aquel hombre.
Debió pensarlo antes de robarle su dinero.
Esposaron a Gwain a la cama y luego de comprobar que estaba inconciente... y no muerto.
Decidieron dejarle allí. Su estado era más por las botellas que se había tomado qué por aquel golpe. Un golpe bien dado. Se lo merecía.
Las esposas relucieron y Merlín volvió a preguntarse de donde sacaba esos objetos su jefe. Se despabilo, recordando sus grandes y nuevos problemas.
Se dirigieron a la tienda de su jefe que se hallaba a unas cuantas cuadras de su vivienda.
Merlín entro a la tienda siguiendo los pasos de su silencioso jefe. Gaius le dio una ultima mirada antes de meterse en el fondo de la tienda. Merlín temblaba por el desorden mental qué estaban sufriendo. Su hermano había atentado contra su vida. Esté asunto se le estaba yendo de las manos.
Respiro hondo escuchando el sonido de su propio corazón.
Colin siempre había estado fascinado con la habitación donde sir Gaius consultaba la bola de cristal. El techo estaba decorado con los signos del zodiaco, predominando la balanza de Libra. Colin le preguntó por qué era así y Sir le respondió que la vida misma estaba sobre una balanza. En cada persona había una medida de lo bueno y de lo malo; en cada destino había fortuna y desgracia. A veces, la balanza se inclinaba claramente a un lado o a otro, y esto dictaba el curso de la vida de esa persona.
— Pero, ¿no es eso sólo una suposición? —preguntó Colin en aquella ocasión—. ¿No somos nosotros los que labramos nuestras vidas, para bien o para mal?
—Nunca digas eso a un clarividente —contestó su jefe, altivamente—. Nosotros sabemos, mejor que la mayoría, que nuestras vidas tienen que seguir un curso determinado, aunque en el camino podamos tomar decisiones que se oponen a la fuerza magnética que nos controla, y sufrimos por haber elegido mal.
Colin era más joven en aquel entonces, y nuevo en el trabajo con Sir Gaius, así que había escuchado con escepticismo estas cosas; pero después de dos años, había cambiado su opinión sobre aquellos que creen en la astrología, en la lectura de la mano y las cartas del Tarot.
Había una cosa que Sir nunca usaba ni mencionaba, y eso era la Ouija. Decía que era mala: un artefacto que conducía a lugares oscuros.
La bola de cristal de su jefe era de berilo, y no de cristal transparente y estaba colocada sobre una base especial en una mesa que cubría con un mantel blanco. El marco de la base era de marfil y tenía grabados unos nombres extraños y símbolos; la mesa era circular y estaba colocada sobre un pentáculo de cinco estrellas incrustado en el suelo. Sobre la mesa, había un par de candelabros antiguos y en una esquina apartada de la habitación, ardía el incienso que tenía un efecto tranquilizador.
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Un mafioso enamorado. (merthur)
RomanceEl es el primogénito de un capo de la mafia y vive su vida rodeado de mujeres banales y hombres corruptos. Pero hay alguien que le ha llamado la atención, en el preciso día, que había renunciado a sentir algo en su corazón. Ese chico en el mercado d...