Luna de miel

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Así que, ya estaba en la villa donde pasaría su luna de miel; esos días románticos de descubrimientos que, a veces, eran de alegría y otros, de desilusión para los recién casados que estuvieran muy enamorados.

Merlín refrescó su piel con colonia y por el espejo del tocador vio la cama enmarcada por un transparente velo de punto, que adornaba las maderas incrustadas con nácar. Una cama turca, le había informado su esposo; una mirada burlona brilló en los ojos de Arthuro, cuando Merlín no pudo controlar el impulso de mirar a otro sitio.

—Traída directamente de un harén, supongo —comentó Merlín, desdeñoso.

En la fiesta a honor del nuevo matrimonio. Arthuro había vuelto a hacer uso de su galantería, colocándole una cadena de oro en el cuello, con las insignia "Pendragon" en un circulo pequeño, sostenida por las garras de un dragón de oro italiano.

Los kilates era mejor no decirlos, para qué Merlín no se desmayara.

Él collar era puro formalismo; daba a entender lo predispuesta qué estaba la familia para lo que su pareja necesitara. Aceptándolo, como un miembro más y, también era lo único que conservo su cuerpo, después de que Arthuro le había quitado la ropa mojada en la fiesta.

Lo llevaba esa noche, casi como un gesto de fatalismo.

Sofia, la doncel, entró en la habitación con la taza de té que Merlín había ordenado. El mismo había puesto un paquete de té en la maleta, sintiendo que no podía sobrevivir dos semanas sin su bebida favorita. Había tomado esa única costumbre al mudarse a Londres con sus padres. El café le gustaba, pero siempre lo dejaba sediento, y por eso prefería una buena taza de té. Aceptó la taza humeante, expresando su agradecimiento en un murmullo.

Había descubierto que Sofía hablaba un poco de inglés, así podían charlar, con un poco de dificultad. La joven le había dicho que ella normalmente trabajaba con las hermanas del señorito Arthuro, pero que en las próximas semanas atendería a Merlín.

Era muy atractiva, tenía el cabello rubio, trenzado y sujeto en lo alto de la cabeza; llevaba un vestido con mangas anchas y un delantal blanco, escarolado.

Allí, en el baño que parecía una gruta de mármol ella entraba y salía mientras Merlín se relajaba en la bañera, y tal vez lo hacía con la intención de ver al griego de piel blanca cuando saliera del agua, cubierto de aromáticas burbujas, color melocotón.

Merlín la había engañado. Le pidió el té, sabiendo perfectamente que, en una casa tan grande, no sería fácil para el cocinero encontrar un recipiente adecuado para prepararlo. Sonrió mientras bebía el líquido. Como era una persona que trabajaba, estaba acostumbrado a bañarse y vestirse con rapidez, para poder alcanzar el autobús, cada mañana.

Notó que Sofía lo miraba. Su atuendo clásico, como el resto de su guardarropa, sus camisas y camisetas tenían un corte perfecto, en el estilo y color que acentuaban la palidez de Merlín.

Disfrutó de la libertad del baño. Arthuro le había informado que tenía un sauna propio y una cancha de squash, donde sería bienvenido si deseaba reunirse con él, por las mañanas. Había dado unas palmadas a su vientre plano al hablar, dando a entender que pretendía permanecer así.

—Tiene ropa muy bonita, joven — Sofia revisaba el armario empotrado y las telas crujían al mover las camisetas, jeans y trajes.

Por supuesto qué sí, Arturo se había encargado de vaciar las tiendas departamentales de los centros comerciales de Argentina, los días qué estuvieron organizando la boda.

Sofía se volvió de nuevo para mirar a Merlín, y sus ojos oscuros se entrecerraron, pensativos.

— Nadie sabía que el señorito iba a casarse, fue una gran sorpresa para sus hermanas, en especial para la señorita Morgana — Sofia pronunciaba cada palabra en inglés, de forma deliberada, lo que parecía añadir un significado que Merlín no dejó de notar.

Un mafioso enamorado. (merthur)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora