Capítulo VI.

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Cerré la puerta y él me puso contra ella. La chaqueta de cuero que llevaba para protegerme del frío cayó de un rápido movimiento de sus manos al suelo, y yo hice otro tanto con su arquetípica americana con coderas. Mordí su labio y lo estiré un poco.

- ¿Tienes preservativos?-Me preguntó él en un gruñido sobre mi oído. Podía sentir el bulto de su pantalón crecer contra mí.


- Mi compañero de piso tiene. Segunda habitación a la izquierda.-Señalé con la cabeza.


Me cogió y me recargó en su cadera. Pasé mis piernas por esta y lo abracé con fuerza. Con un rápido movimiento me deshice de los zapatos, que terminaron en el suelo junto con las chaquetas. Recorrió la pequeña distancia que separaba el cuarto de Óscar sin dejar de besarme, y yo no podía sino continuarlo mientras enredaba acariciaba su cabello azabache. Me dejó sobre la cama y a mí se me escapó, como diría Sara, una risa de coneja.  Él se colocó encima de mí y yo me incorporé levemente. Mis manos, aunque torpes por el alcohol, desabrochaban los botones de su camisa, que tardó poco tiempo en desaparecer. Alberto llevó las suyas a mi camiseta y yo alcé los brazos para ayudarle a quitármela. Alargué mi brazo hacia la mesilla de noche y abrí el primer cajón, y cogí un preservativo. Al igual que había gente que hacía bote para comprar bebida, nosotros lo hacíamos para bebida y condones. Al fin iba a amortizar la inversión, que llevaba sin echar una canita al aire desde que Conchita Wurst ganó Eurovisión. Él empezó a desabrocharse los pantalones y yo, sin pudor alguno, metí la mano dentro de sus calzoncillos. Se podía sentir un "gran asunto". Comencé a masajearlo al principio poco a poco, y luego un poco más rápido a medida que iba creciendo y poniéndose más duro. La poca ropa que quedaba comenzaba a molestar ya, y rápidamente nos deshicimos de ella. Había cierta necesidad animal en cada uno de nuestros actos, donde ninguno parecía tener suficiente del otro y ansiaba más, más y más.

A pesar de no estar borracho, Alberto tuvo problemas con el broche del sujetador, y es que parecía que el enganche era la kriptonita de todo hombre. Comenzó a besar mis pechos y a tocarlos, para luego bajar por mi abdomen, y llegar hasta mi falda negra sacada del blog de Dulceida, de la cual se deshizo rápidamente. A continuación hizo lo mismo con la ropa interior, y siguió con su descenso. Podía sentir su lengua, y era una agradable sensación, así que simplemente cerré los ojos, dejándome llevar. Su barba, a pesar de ser corta, no pinchaba para nada, de hecho hacía hasta cosquillas. Interiormente di gracias por haber vencido a la pereza y acudir a mi cita con la esteticien para hacerme las ingles brasileñas. 

- Sí, sí... Un poco a la derecha... Vale, perfecto... - Mientras le daba indicaciones, mi mano bajó hasta mi clitoris, el cual comencé a estimular suavemente con mi pulgar, trazando círculos sobre este. 

Pude notar como mi sexo se derritió cual helado en Sevilla a mediados de agosto y cambié las tornas. Le hice levantar la cabeza hacia mí y le besé. Abracé su cuerpo y lo tumbé sobre la cama. Bajé sus calzoncillos boxers, y volví a masturbar su pene. Con cuidado abrí el profiláctico y con él fui cubriendo su miembro viril. Entonces, situando cada pierna a un lado de su cuerpo, comencé a bajar sobre él, sintiendo como me penetraba. Cerré los ojos y comencé a mover mi cadera en círculos, mientras él levantaba su pelvis para profundizar las embestidas. Continué moviéndome, y élse incorporó. Pude notar como sus manos acariciaban mi espalda. Me eché el pelo a un lado y él comenzó a dejar pequeñas marcas rojas desde mi cuello hasta mis hombros. Guturales sonidos emanaban de su garganta. La velocidad de nuestros movimientos iba en aumento, y no podía evitar gemir. Las yemas de mis dedos recorrían sus omóplatos, y en un determinado momento no pude sino clavar mis uñas. Un recuerdo de que había sido mío. Él tomó mi cara por la barbilla entre su dedo índice y pulgar, y con sorprendente delicadeza teniendo en cuenta la rudeza con la que teníamos sexo me hizo mirarle a los ojos, para después besar mis labios. Continué el beso, mientras enredaba mis manos en su pelo y sentía como me iba acercando al orgasmo. 

Cuando el momento del climax llegó eché mi cabeza hacia atrás, gimiendo sonoramente. A pesar de que me hallaba satisfecha, no dejé de moverme, para que él llegara también. No tardó mucho tiempo más, y, exhaustos los dos, nos dejamos caer sobre la cama y cerramos los ojos. 





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