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Lo único que recuerdo de mi vida anterior es el ruido. Mucho ruido. Gritos. Peleas. Señales de que no había nacido en el orfanato sino en el seno de alguna familia.

Con una maleta vieja en una mano y mi celular en la otra, baje las escaleras con algo de prisa sin apreciar lo que tal vez sería mi última vez en este lugar. Aunque no había vivido alli realmente los últimos cuatro años, se sentía extraño pensar en que ya no volvería jamás y eso no me ponía triste, aunque tampoco me emocionaba, era la incertidumbre del cambio lo que hizo temblar una pizca en mi interior al saber que más allá de estas paredes mal pintadas no encontraría nada que contentara el vacío instalado.

-Adios Delia, no voy a extrañar tus guisos.- Me despedí con una broma, la había desquiciado tantas veces que ya era nuestro lenguaje personal.

-Ya vas a volver llorando nena, mira, que no sabes cocinar nada.- Proclamo con un manotazo en mi brazo derecho. Tenía la mano pesada.

Las despedidas siempre se me habían dado bien. Capaz estaba acostumbrada a no pertenecer a ningún lado, pero el orfanato, había vivido ahí casi toda mi vida. Habíamos tenido nuestros buenos tiempos.

Cuando tenía catorce había ganado una beca de un colegio pupilo. Era inteligente pero en cuanto a modales, era medio bruta. En ese lugar me enseñaron cómo comportarme y muchas otras cosas que en realidad no me servirían de nada.

Los fines de semana volvía al orfanato, para mis compañeras del pupilo era mi casa, obvio. Eran buenas personas pero tenían sus mañas y prejuicios. Aparte que a mi, siempre se me habían dado bien las travesuras y eso es lo que les gustaba al grupo de pupilas con las que me juntaba. Los adultos por otra parte, renegaban demasiado.

-Estoy tan feliz por vos, Clarita, querida.- Alma, la otra cocinera del orfanato, me tomó de las mejillas como era de costumbre. Alma era una mujer muy paciente. Había logrado calmar a mi bestia interior, esa que volvía loca a Delia, y me había enseñado a cocinar lo básico. Seguro tendría que agradecerle más adelante.

-¿Estás feliz de que me vaya?

-Feliz de que salgas al mundo real. Podrás aplicar todo lo que te he enseñado- Dijo con cariño y más emoción de la que yo tenía.

-Por supuesto, ya veras como hago valer todas las recetas que eche a perder- Volví a bromear.

-Estoy segura de eso, querida.

Al final de la despedida solo eche un vistazo rápido al edificio y desee lo mejor para ellos y para los niños que dejaba atrás, incluyendo a una Clarita amnésica de cuatro años que creía que algún día podría salir a buscar lo que alguien se robó de su cabeza, el recuerdo de sus padres. El auto llegó antes de lo esperado y no tuve más remedio que terminar e irme.

-¿Lista?- preguntó el chofer al ver que seguía saludando por la ventana.

-Ya estamos.

Fue un viaje largo. Unas tres horas en avión tal vez, pero si contamos que en auto serían 24, no quedaba duda de que era una gran porción de tierra. La residencia oeste de la universidad de letras, que sería mi nuevo "hogar", era verdaderamente grande y demasiado verde. Muchos cuartos aproximados con una gran galería que formaba un pasillo lleno de estudiantes socializando y ocultándose del sol. En medio, un espacio con huertas y mesas de camping. También contaba con algunas cabinas telefónicas como las de antes, las que ya no se ven gracias a los celulares.

Seguí con mi maleta hacia la habitación 28 como me indicaba en el email que había recibido una semana atrás. Tenía la esperanza de compartir el cuarto con alguien agradable pero estaba vacía, tal vez mi compañera llegaría más tarde. Empecé a desempacar sobre la cama, había un ropero en el que tenía la intención de acomodar mi ropa y llevar mis productos de higiene al baño. Le faltaba algo de color pero era una bonita habitación y estaba limpia.

Amaro come l'alcool.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora