ᴄᴇʀᴏ

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Era otra mañana, de madrugada más bien, con la oscuridad y la brisa fría como otras tantas en el invierno. En un año no tan particular, en un mes poco particular en el cual Satoru Gojo se levantaba y todo gracias a una llamada perdida con un número desconocido marcado en la pantalla del celular, ahora como una notificación. Abrió un poco más los ojos e inmediatamente se puso de malas, y ni siquiera por haber despertado, sino porque esa llamada era como una vuelta más a dar, como las otras mil que ya había dado yendo a un montón de diferentes establecimientos dedicados a lo prestamos pidiendo que por favor, dejaran de molestarlo a tan tempranas horas.

Cosa que, por supuesto, jamás parecía funcionar.






Al ver que gracias a eso se le había espantado el sueño, terminó por resignarse, ponerse la primera camisa que se le cruzó en el camino tras estirarse y tallar un poco sus ojos, y así, con los ánimos caídos abrir la persiana, viéndose en ella una ligera llovizna. Era consciente de que no había pasado tanto tiempo, pero era verdad que en sus adentros había olvidado ya, que ahí, en Japón, el frío era insoportable. Y aún más si estabas en la zona céntrica, donde ya no había campo y los edificios y la gente era tan abundante como los rastros de esa lluvia sobre el cristal.


Vió entonces nuevamente la calle solitaria y humeda, con las farolas aún encendidas, pero por sobre todo, su propio rostro reflejado. Había algo, algo que estaba tan encerrado en su interior que no soportó mirarse por más de cinco segundos para pasar a darse la vuelta con la respiración ligeramente agitada, perdiendo la mirada en el desastre que tenía en ese cuarto.


Había olvidado ya cómo el frío y su reflejo solían ser tan insoportables como el sonido de aquella llovizna aterrizando sobre la pared.


El teléfono entonces volvió a sonar, sin embargo, esta vez reconoció bien de quién se trataba pero tardó bastante más de lo común en asimilar lo que significaba contestar. Pensó cada movimiento, desde su caminar hasta la mesa de noche, hasta el pesar del movimiento de los dedos de su mano derecha dirigirse lentos hacia la marca verde en el celular para lograr contestar.

Entonces escuchó esa voz insoportable de siempre y sus ojos dieron un giro al notar lo que llevaba postergando un par de años, cuándo huyo a Estados Unidos después de un ataque de ansiedad: su maldita rutina.


—¿Por qué tan temprano?—contestó.





La voz del otro lado hizo una risa forzada, pues al parecer se encontraba rodeado de extraños. 

—Hay trabajo.—dijo a secas.—Te veo en la estación de Shibuya en una hora.

Cómo odiaba eso.


Al colgar, eso que todo el mundo decía de él se repitió en los adentros de su memoria como si de un disco rayado se tratara, un extracto de lo que era realmente. "Satoru Gojo, el más afamado sicario de los bajos mundos del ghetto de Japón", dónde era contratado a todas horas por todo tipo de criminales para deshacerse de sus "problemitas".

Y hoy iría a ver qué nueva misión se le enconmendaría.



Pasaban de las seis y media aún sin sol cuándo llegó al lugar del encuentro. Un conocido y otros dos tipos platicaban a las afueras de una de las entradas del metro, iluminados por las muchas pantallas que poseían los edificios, tan, pero tan parecidas a las de Nueva York, que a Satoru le había llegado un pequeño sentimiento de repulsión.
Los tipos vestían de traje, un bonito contraste, pensó Gojo, quien con duras penas se había podido vestir decentemente porque debajo de un abrigo carísimo que tomó de su empolvado ropero aún portaba el pantalón de su pijama y la camisa vieja arrumbada que se puso una horas atrás. Pasó de las miradas confundidas y saludó más por reflejo que por cortesía a los dos hombres, y con una mueca de desagrado le dió los buenos dias al otro.

• ʸᵒᵘ ᵏⁱˡˡᵉᵈ ʰᵉʳ ˢᵃᵗᵒʳᵘ! ʸᵒᵘ ᶠᵘᶜᵏⁱⁿᵍ ᵏⁱˡˡᵉᵈ ʰᵉʳ!! • [ ˢᵃᵗᵒˢᵘᵍᵘ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora