Todo comenzó el día de nuestra boda, que celebramos con tan solo cinco años. Puede parecer extraño, pero eso no fue un simple juego de niños, ya que con el tiempo se convirtió en algo mucho más real sin darnos cuenta.
Ese día, mi madre me dejó un poco más pronto de lo habitual en la escuela, junto con mis hermanos. Lo primero que hice fue buscar a mi amigo o como lo llamaba yo, mi Rubito. Ese día, nos casábamos, cosa que habíamos preparado con mucho esmero. Nos habíamos hecho coronas de flores a juego y anillos de barro. Incluso, algunos niños trajeron arroz para lanzarlo al final. Mi hermano hacía de sacerdote y mi hermano pequeño llevaba los anillos.
La ceremonia se celebró a la hora del recreo, cuándo la señorita nos dejó salir. Nos reunimos todos los niños debajo del Gran Árbol del patio, que era el sitio que considerábamos más bonito y especial.
Todo salió según lo planeado, y me emocioné mucho al ver a mi Rubito, ya que a pesar de buscarlo por todo, no lo había encontrado por ningún lado. Él, al verme, me sonrió de manera radiante, demostrándome que estaba igual de emocionado que yo. Aún recuerdo su carita brillante de felicidad.
Os preguntareis, ¿porque nos casamos? Pues porque era el último día que nos veríamos y al querernos tanto y tener cinco años, pensamos que lo más normal sería casarnos, y así recordar nuestra amistad por todo lo alto.
Lo malo, es que, a pesar de casarnos, no nos volvimos a ver, ya que cada uno se fue por diferentes caminos. Guardando en un anillo de barro, años de amistad.
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El reencuentro
RomanceAlecsander tenía una vida muy tranquila y feliz, o eso parecía. Hasta que un día se rebeló la verdad, y nada volvió a ser como antes. Empezando una nueva vida en un nuevo lugar y sobretodo, con nuevas personas.