Capítulo 6

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En el arribo de la noche, llegué a casa y tenía más dudas que nunca. De tanto pensar en ello, el sueño se esfumaba de mis manos. Y no entendía eso: ¿será una premonición o un destino pactado? Discurría en soledad, pero para mí solo significaba una cosa: perder el tiempo. Antes de entrar, mamá estaba de salida. Abrió la puerta como si estuviera esperándome.

—Hoy me quedaré con tu tía. Tienes comida y veinte pesos. Por favor no te duermas tan tarde.

—¿Traerás milanesa?

—No creo, es invierno.

Descompensé la mirada. Mamá notó algo extraño mientras yo seguía.

—Te veo pálido, ¿Comiste en la universidad? —preguntó deteniendo mi avance.

—Sí, solo que tuve un día de esos en que una milanesa lo hubiera salvado—dije con falsa sonrisa a lo último.

—Eso no es una respuesta madura y no volveré a traerte una que no sea del mismo día. No quiero que pierdas tus clases por una gastritis aguda.

—Para mí lo es. Y no te preocupes, a la próxima dile a la tía que no le añada cebolla. Yo puedo cuidarme con eficiencia, tengo pan y galletas en mi cuarto —le dije mientras iba hacia él—. Cuídate, espero algo delicioso.

—Muy bien, mañana me dirás qué sucede.

—Te prometo que lo haré.

(...)

La noche iba a ser muy larga sin mamá, pues ella siempre me entretenía con sus cuentos extraños y amistades de cartera. Y aunque mi noche tuviera un tono más profundo, podía presentir que terminaría dormido cuanto antes. Mientras veía Street Fighter en la versión de los 80s por el televisor, en el azar de mis pensamientos, me puse a recrear cómo había sido mi infancia.

Hubo una parte de ella que omitía todo el tiempo, como si fuera un borrador. Era justamente a mis ocho años que tenía vagas memorias del mundo. En aquel entonces, recordaba que tenía un camión de juguete y los campeonatos de fútbol se jugaban a partido único. El equipo favorito de papá era el Deportivo Clara, y en esos años disputaban muchas finales y conquistaban copas, pero actualmente solo eran un lindo recuerdo, pues no ganaban ni dando entradas gratis. Su último campeonato había sido en el 2009, en una noche donde acompañé a mi familia y terminó siendo uno de los días más felices de mi vida.

La película de Street Fighter estaba en la parte más aburrida, y sin darme cuenta, el sueño me había atrapado.

—¿Piensas que soy tonta?

—¡No! Solo creo que deberías vestirte mejor, así serías más intelectual, más bonita y más agradable... —dije haciéndome el desentendido, teniendo cuidado de no morir en el intento.

—¿Afirmas que soy tonta y añades que debo ser más agradable? ¿Tengo que volverme una especie de oso... con disfraz? ¿Serías tan misógino y aberrante? —increpó con decisión, estaba a nada de enojarse.

—Existen circos en el mundo, ¿no los has visto? Además, ya existen osos con disfraz.

—Sí, he observado muchos, cuando niña me llevaban en vacaciones, pero no recuerdo haber visto un oso con disfraz.

—Eso es porque eran aburridos. Imagino que fueron de esos que solo tenían leones y bailarines que usaban bicicletas de una sola rueda, y que corrían con una soga mientras bamboleaban pelotas que no se caían.

—¡No se llaman bicicletas! ¿No sabes que es un monociclo? Mono es igual a uno, y uno es igual a rueda.

—Oye, despacio... recuerda que soy humano —sonreí por instinto.

La teoría del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora