Capítulo 21

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Me vi dormido años atrás. Era de noche y todos dormían en casa, todavía vivíamos en Bogotá. Me hallaba en mi cuarto, parado al lado de mi cama. Era un sueño muy extraño, porque parecía como si hubiera entrado en una parálisis del sueño donde me lograba ver a mí mismo. Tenía como quince años.

La verdad no tenía idea de qué hacía ahí.

Miré alrededor y no había nada para pensar ni discurrir. Era una pérdida de tiempo.

Pero hubo algo que llamó mi curiosidad de forma inmediata. No tenía la cicatriz en la mano. En ese tiempo, era normal convivir sabiendo que no la tenía. Miré para saber si era un error y no lo fue, la cicatriz no estaba. Todo halló razón cuando lo pensé... era la misma noche que me había cortado.

La intriga me estaba ganando la partida. Y sin esperar nada a cambio, me acerqué dispuesto a tocar a mi otro yo en la parte donde iba a tener la cicatriz. Al hacerlo, de manera fugaz ocurrió algo muy raro. No me percaté cómo estaba, pues tenía las uñas largas y afiladas, como si fueran una hojilla. Y paradójicamente me había cortado. El Esteban del pasado empezaba a sangrar.

Me preocupé de inmediato y corrí a buscar un paño o algo para taponar la herida, pero no podía tocar nada, ya que era invisible ante todas las cosas tangibles, menos para mi otro yo. Así que lo único que intenté hacer, fue usar mis manos como una gasa para evitar que continuara el sangrado. Pero apenas lo hice... terminé en otro sitio.

No estaba en el lugar porque era indivisible, pero a la vez, me hallaba como si fuera un espectador.

Me encontraba en el sueño que había tenido esa noche, que, sin temor a equivocarme, sabía que era una pesadilla. Sin embargo, el lugar me parecía demasiado familiar... Después lo reconocí espantado: era el lugar donde Juliana quería lanzarse cuando volví a soñar con ella: el risco escarpado.

Desde atrás, venía corriendo una joven mujer de gran hermosura y cabello largo, que se adornaba con un flequillo que le ocultaba la mitad de la cara, y un vestido primoroso. Estaba muy lejos, pero por la velocidad que llevaba, en cuestión de segundos llegaría a la punta del barranco.

—Oye... ¡no lo hagas! —dije al aire. No me escuchaba porque no existía para ella.

Sentí unos pasos agitados desde atrás, era alguien que venía como salvavidas a evitar la caída de aquella mujer.

Y cuando volteé a ver quién era... quedé totalmente paralizado.

Era yo, de unos quince años, y con el cabello al estilo hongo que tanto odiaba en ese tiempo.

—¿Podrás salvarla amigo? —me dije luego de que me alcanzara, pero tampoco logró escucharme. Era un completo fantasma.

Mi otro yo frunció los dientes para correr todavía más rápido, y lo primero que se me vino a la mente era que no iba a llegar, pero me había equivocado. No sabía que corría tan rápido.

La mujer saltó, y el Esteban adolescente consiguió tomarla de la muñeca con una fuerza desmedida.

—¡Déjame caer, así moriré sin sentir más dolor! —gritó furiosa. La mujer estaba decidida en acabar con su vida. No era como Juliana que esperaba mis palabras, porque se lanzó a buscar la muerte sin reprimenda.

—¡No te permitiré caer! —gritó el Esteban adolescente con mucha dificultad. Le costaba tenerla sujetada con su mano derecha.

—Lo harás, tarde o temprano... cederás —dijo dolida. No quería ayuda.

—¡Nunca lo haré! —replicó furibundo.

—Cuando despiertes lo harás. Estoy segura —Sus palabras me sonaron repetitivas.

La teoría del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora