tres.

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Me sentía asfixiada no debía tener tales pensamientos en el templo del señor, las pulsaciones en mi entre piernas se sienten cada vez más fuertes, aprieto mis muslos el uno contra el otro para apaciguar mi calor.
Cada noche, sueños pecaminosos invaden mi mente, para quitarme el sueño dejándome como única opción pensar en aquel hombre prohibido.

El padre Kim, por dios... ese hombre era el deseo reencarnado, de labios pomposos, cuello grueso, y sus hombros, oh dios sus hombros.
Su espalda de hombros anchos no hacía más que hacer pensar a mi mente lo fuertes que deben ser y lo bien que se debe sentir si me aferrarse a estos mientras esas estrechas caderas arremetieran contra las mías.

Lo bien que se debe sentir saltar sobre sus muslos, y solo antes sus largas piernas me pondría de rodillas, pero todo eso no es más que un vil deseo, ya que él está prohibido.

El no me puede pertenecer, ni yo a él, este ya se casó con el señor, y no puedo hacer igual que lucifer y pretender que puedo ganar una guerra contra el por el amor del padre Kim.

—Padre Kim... Eh pecado, siento que la lujuria me a consumido, no puedo sacar de mi mente el deseo de que este hombre prohibido me haga suya—.

— oh hija mía, lamento mucho escuchar tal declaración, pero tranquila, el señor te perdoná al confesar este pecado, debes venir de aquí en adelante todas las tardes para rezar y así ocupar tu mente en otra cosa que no sea aquel pecado—.

Si tan solo supiera que el hacerme venir aquí todas las tardes no va a ser más que alimentar este tormento.
Hye—.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑙𝑎𝑡𝑜𝑠♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora