capítulo uno

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CAPÍTULO UNO
[1]
Martina. Manama, Baréin.

Siempre me he considerado una pacifista. No defiendo el uso de la fuerza para arreglar los problemas. Tampoco entiendo qué hay de divertido en la violencia y solo pensar en sangre me aversa. Y aún así, estoy conteniéndome las ganas de asestar un puñetazo a Lucas Castellano en la cara.

Encaré su sonrisa torcida y sus ojos marrones. Me toqué, de manera inconsciente, los mechones que se escapaban de la trenza que el clima árido me había obligado a hacer.

—Martina... piénsalo. —inició, rozando con el dorso de su mano la piel desnuda de mis brazos. Respiré profundamente, llenando mis pulmones de aire en un intento de reestablecer mis niveles de paciencia. Retrocedí un paso, alejándome de él y de su toque. —He venido hasta aquí para hablar contigo, al menos escúchame. —insistió.

—Estás de broma, ¿no? —elevé las cejas. —Es tu problema el haber cogido un avión hasta aquí.

—Si me hubieras cogido las llamadas, quizá lo hubiéramos podido solucionar antes.

—O tú podías haber captado la indirecta y dejarte de tonterías porque no tengo ni la más mínima intención de hablar contigo.

Sus ojos bailaron sobre mi rostro, analizando, buscando cualquier señal que le asegurara que seguía tan ciega como meses atrás. Ahogué una pequeña risa.

—No. Martina, tú sabes bien que te quiero, ¿sí? Eres la mujer de mi vida, ya te pedí disculpas... yo...

—¿Ah, sí? ¿Era necesario tirarte a mi mejor amiga para darte cuenta de eso? —.  Mi tono fue plano, sin una muestra del dolor que una vez significó aquel hecho.

—Sí. —su voz se tornó nerviosa. —No. Fue un error, pero no estaba pasando un buen momento y tú estabas de vacaciones...

Me reí. No lo pude evitar. Del fondo de mi garganta brotó una carcajada mordaz, frívola. ¿Se pensaba que era una tonta manipulable? ¿Que era tan patética? No podía estar más equivocado. Yo no era ninguna de esas dos cosas. Y, mucho menos, las dos. Era consciente de mi validez como persona y como mujer. Tenía mi postura clara. Yo no hice nada mal, los únicos culpables eran él y Jimena. A mí que me dejaran en paz, lo tenía más que superado.

—Que original eres.

—Mi amor, escúchame...

—Lucas. —pronuncié su nombre con firmeza y hastío. —Para ya, solo te estás dejando en ridículo.

Chasqueó la lengua.

—Me da igual, te echo de menos, Martina. Ponte en mi lugar.

—Joder, estás cansino, eh. —pronuncié. Elevé la mirada al cielo, tomándome un momento para respirar. —Eres ya un hombre, tienes pelos en los huevos, demuéstralo. Que te arrepientas me parece súper bien, yo también lo haría; pero, no va a cambiar nada. —fijé la vista de nuevo en sus ojos. —Haberlo pensado mejor antes de meterte con otra en la cama.

—Amor...

Me iba a estallar la cabeza, no escuché lo que dijo a continuación. Necesitaba librarme de él. Era buen momento para que Carlos arrastrara su culo hasta aquí. Otro tío era la única forma de herir su orgullo de machito. Mis sentidos se agudizaron cuando, de nuevo, diluyó los centímetros cúbicos de aire que nos separaban.

—Bésame y demuéstrate que realmente ésto está acabado...

—Estás loco. —retomé la distancia entre nuestros cuerpos.—A ti no te tocaría ni con un palo, tío.

drive me crazy  ☆ arthur leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora