capítulo tres

755 66 3
                                    

CAPÍTULO TRES
[3]
Martina. Manama, Baréin.

No solía utilizar maquillaje en exceso, odiaba la sensación pesada de los productos sobre mi rostro; por eso, basaba mi rutina de belleza en la gran colección de productos de cuidado facial dispersa entre la encimera del 'baño' -que no tenía ni un tabique de separación con el resto de la habitación de hotel-, el neceser -que no había sacado aún de la maleta- y mi casa en Madrid; y en el descanso.

Por ello, traté de hundir más los ojos rebasando los golpes sobre la madera de la puerta. Uno detrás de otro llegaban bruscos a mis oídos, con impaciencia. No recordaba haber acordado salir a correr dolorosamente pronto con mi hermano. No, eso no había pasado. Traté de dar media vuelta sobre el colchón, arrugando las sábanas con las puntas de los pies.

La fricción de la tela con mi oído no resultó ser suficiente para silenciar los golpes incansables que se seguían reproduciendo. Llegó un momento que dudé de que fuese mi propia imaginación jugándome una mala pasada. Sin embargo, permanecí en la misma postura haciendo fuerza con los párpados para evitar desvelarme por completo, estaba segura que aún me quedaban un par de horas hasta que sonase el despertador.

—¡Por Dios, Martina! ¿Te has muerto? —. Esa voz. No podía ser, no tenía suficiente con atormentarme la existencia, debía atormentarme los sueños.

Un gruñido trepó por mi garganta y murió ahogado en la almohada. Escuché dos golpes más, antes que un silencio sepulcral se instalara de nuevo.

¿Así de fácil? ¿Ya estaba? ¿Había conseguido recuperar mi merecido descanso?

Por supuesto que no.

El silencio me empezó a enrabiar y no fui capaz de volver a dormirme. Despotriqué libremente mientras dejaba que mis ojos se acostumbrasen a la luz que se filtraba por las caras cortinas de lino que revalorizaban la habitación. Se hubiese marchado o no, había conseguido su objetivo: despertarme.

Un sonido metálico terminó de encenderme, me levanté de un salto con el miedo recorriendo mi sangre.

¿Qué cojones? —susurré.

La puerta no tardó en abrirse. Un chico con el uniforme del hotel se encargó de empujarla, obnubilado con su acompañante. Ahí estaba, cerré los ojos por instinto, rescatando la poca paciencia que poseía. Arthur Leclerc, cómo no, se encontraba en mi puerta, preparado para darme jaqueca y luciendo increíblemente bien para la pronta hora que los relojes marcaban en Baréin.

—Gracias. —habló en dirección al chico quien asintió con la cabeza y se marchó. Mis ojos le siguieron hasta que se perdió en el ascensor. Estaba atónita. —Buenos días, dormilona. ¿Sabes? Resulta que los pobres botones no tienen un gran sueldo, la propina no les viene nada mal. —. Su brazo recorrió el marco de la puerta. Llevaba una camiseta gris que se ajustaba a su bíceps, la manga se arrugó un poco conforme realizaba el movimiento. Aparté rápidamente la mirada de sus abrumadores músculos. Se me secó la garganta. Mis engranajes aún no estaban en completo funcionamiento, por ello comprender sus palabras me llevó unos segundos de más. ¿Había pagado a un pobre chico para colarse en mi habitación? La ética de la empresa dejaba mucho que desear, estaba claro. —Ahora, ¿vas a dejarme pasar de una vez? Tenemos una conversación pendiente. —. No sonaba muy brusco, de hecho, su buen humor me sorprendió...

Aunque no se me contagió.

Una fuerza en mi interior quería protestar, gritar un 'No' y cerrarle la puerta en las narices. No lo hice. Se me adelantó. Sus pasos eran amplios y con solo uno de ellos estaba dentro de la habitación, echándole un vistazo a mi desorden. Alcancé a cerrar la puerta y a avanzar en su dirección.

drive me crazy  ☆ arthur leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora