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CAPÍTULO I

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Cuando escuchas la palabra "algoritmo", la mente tiende a asociarla con algo aburrido de matemáticas o ciencias, al menos así solía verlo yo. Pero según Allan, los algoritmos son como superhéroes que resuelven cualquier problema que se te cruce en la vida.

Para mí "El Algoritmo Hale" era un salvavidas, mi héroe personal para subir mis notas en mate y, por supuesto, para conquistar al guapo de Alex Maxwell.

¿Era un plan loco? Sí.

¿Me importaba? No tanto.

Todo empezó aquel día en que la señorita Reynolds me citó en el despacho del director para presentarme a Allan Hale. ¿Te has preguntado alguna vez cómo sería tener un tutor de matemáticas que cambie tu perspectiva por completo?

Yo tampoco, hasta ese momento.

— ¿Qué hago aquí? —pregunté, con mi confusión alcanzando niveles estratosféricos.

Reynolds y el director Mathew me aguardaban, como Ashley, la prefecta de nuestro curso, había predicho. A su lado, se encontraba un espécimen singular, con unas gafas del tamaño de una pantalla de cine, y una pila de libros que parecía sacada de la biblioteca del profesor chiflado.

— Siéntate, Vania — Reynolds me ordenó, y noté que incluso ella, la siempre serena señorita Reynolds, parecía un poco histérica esta vez.

¿Qué demonios había hecho ahora? ¿Acaso el "cuatro ojos" tenía algo que ver?

— Estamos aquí por tu desempeño en matemáticas. — intervino el director. —  Tus notas son muy bajas.

— Ah —  respondí, rascándome la cabeza. Todo empezaba a cobrar sentido.

— Por eso él está aquí — dijo la señorita Reynolds.

— Allan Hale — indicó. — Tu nuevo tutor de matemáticas.

Miré a Allan, con sus enormes gafas y su pila de libros, que me miraba como si estuviera a punto de enseñarme el secreto del universo nerdo. Me di cuenta de que estaba atrapada, destinada a pasar una eternidad con él, y la verdad, eso me entusiasmaba tanto como realizarme un tratamiento de conducto.

Allan extendió la mano amigablemente, pero yo la esquivé, provocando una mirada severa de Reynolds. Luego, ella dio un discurso interminable sobre lo importante que es la educación, como si no tuviera idea de cuánto disfrutaba de mis travesuras académicas.

Me di cuenta de que las clases particulares iban a ser un asunto serio, y que mi vida sin esta "oportunidad de sufrimiento" no sería la misma.

— ¿No hay otra manera? ¡Puedo presentar una prueba! — supliqué al director, pero Allan, ese baboso astuto, no estaba dispuesto a ceder.

EL ALGORITMO HALE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora