IV.

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CAPÍTULO IV

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Bajé junto a Alex, pero mis ojos buscaban a alguien más entre todas las caras y risas desenfrenadas de la fiesta.

—¿Verdad o trago? —preguntó de repente, tomándome por sorpresa. Por un segundo, olvidé lo demás. Alex estaba muy guapo, y esta era la primera vez que hablábamos sin Kristina en medio.

—Estoy dentro —respondí sin pensarlo, sintiendo una chispa de emoción. Alex sonrió de lado, tomó mi mano y me guió hasta la mesa donde estaban los demás.

Pero entonces, vi a alguien en el jardín principal, solitario y fumando un cigarro. —Vuelvo en un minuto —dije, sin esperar respuesta, y caminé hacia él.

—¿Allan? ¿Tú... fumas? —pregunté sorprendida, alzando las cejas. Allan tenía los ojos rojos y parecía haber bebido de más.

Al verme, él tiró el cigarro al suelo y lo aplastó con el pie. —Sin pruebas, no hay crimen —tartamudeó, con una media sonrisa borracha—. Y ni se te ocurra decirle a Alex.

—Descuida —le respondí, frunciendo el ceño—. No diré nada.

Allan asintió y luego me miró con una sonrisa burlona. —¿Y tú? ¿Ya hablaste con Alex o te dio miedooo? —Se tambaleó un poco, riéndose, como el Allan con el que solía reír en las tutorías, no la versión rota de hace unos segundos.

—Sí, supongo —contesté, sin molestarme en discutirle. Había algo en su mirada que me inquietaba, y aunque normalmente me habría reído de su borrachera, esta vez no podía sacarme de la cabeza la necesidad de entenderlo, de saber qué le ocurría.

—De hecho, estábamos hablando de ti —solté de repente.

—¿De mí? ¿Qué decían? —preguntó Allan, su expresión se endureció.

—Que antes te gustaba todo esto, y que no eras... así —bromeé, pero Allan no se rió. Sus siguientes palabras me dejaron helada, con un nudo en el estómago.

—Ni me conoces, Vania —dijo, con voz baja y dura—. Estás aquí por Alex. No te equivoques.

Me quedé en silencio, viendo cómo se alejaba, tratando de encontrarle sentido a lo que acababa de suceder. ¿Por qué de repente parecía otra persona?

Finalmente, volví a la sala, aunque una parte de mí se sentía aturdida.

—¿Todo bien? Ese fue el minuto más largo del mundo —preguntó Alex al verme.

—Sí, claro, todo bien —mentí, aunque Alex frunció el ceño, claramente sin creerme. Yo también estaba lejos de estar bien y, por primera vez, no tenía ganas de quedarme en esa fiesta.

EL ALGORITMO HALE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora