Capítulo 39

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—Ataques pánicos.

—¿Qué?—me giré a verla.

—Eso es lo que te dio, un ataque de pánico— reiteró Amber.

—Pero… ¿Por qué?

—Pues, no lo sé—se encogió de hombros—, medicinalmente no tengo idea, sin embargo…una vez alguien me dijo que eso sucede porque no quieres estar en ese lugar, o porque no quieres ir a equis lugar. Dime, Julia, ¿A dónde no quieres ir?

— No lo sé—mentí.

Ella suspiró cruzándose de brazos. Me conocía, claro que lo hacía. Por ende, era sumamente consciente de que estaba mintiendo.

—¿Sabes?, yo sé a qué lugar no quieres ir.

No lo digas, no lo digas, no lo digas.

—Y te daré un humilde consejo. No huyas, Julia, nunca lo hagas. Porque tienes miedo, ese miedo no solo te está comiendo día con día, si no también te convierte en una persona…

—Horrible—interrumpí.

—No. Inmadura, no afrontar los problemas, no pasar página. Guardar rencor. No te hace bien a ti. Te lo digo como tu amiga, hasta que no te enfrentes a tu miedo, hasta que no encuentres que es aquello que te provoca ataques como estos, no dormirás tranquila.

—¿Cómo sabes que no duermo tranquila?

Arqueó una ceja y se levantó.

— No lo sabía, tu solita me lo acabas de confesar— tomó su bolso—, debo irme. Piénsalo, si no te atreves a hacerlo sola, no tienes porque, aquí estoy, todos estamos aquí. Somos amigos, nos apoyamos, nos ayudamos. Y si para superar tu miedo necesitas refuerzos. Aquí estaremos— frotó mi brazo para luego dejarme sola en mi habitación e ir a su casa.

¿Qué fue esto? ¿Clase filosófica? ¿Terapia gratis?

Me tiré de panza a mi cama, apoyando mi cabeza directo en la almohada, cuando oí como alguien abrió la puerta.

—No estoy para nadie—fue lo único que dije.

—Qué pena, y yo que traía unos regalos.
Me senté en seco al reconocer aquella voz.

— ¡Pa!—corrí a sus brazos.

—Hola cariño—dejó las bolsas en el suelo.

—¿Cuándo llegaste?

—Hace un par de horas, debía dejar el equipaje en el departamento. ¿Tú? ¿Cómo estás? ¿Cómo te trata tu terapeuta?

—Pues, yo estoy bien—me senté en mi cama y él me acompañó—, y ese terapeuta se llama Sebastian, y…me cae muy bien. Me siento segura y confiada. Diferente a la anterior.

—¿Muy viejo?

—¿Mamá no te contó? 

—No. Es algo que debe hacer mi hija.

—Pues… tiene veintiocho...

Y comencé a describirlo lo más consiente posible para no decir ninguna babosada.

—Cambiemos de tema—pidió a mitad—, no quiero que él sea tu nuevo amor y me remplaces.

—Ya, pa—lo codeé—, él no es mío y yo no soy de nadie.

—Así se habla.

—Y no te estoy remplazando, tampoco lo haré.

—Me parece bien. Toma—me alcanzó las bolsas—, no sabía cuál te gustaba, así que te traje tres diferentes.

Hasta Siempre ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora