CAPÍTULO 4

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Los rayos plateados de la luna llena parecían brillar y bailar únicamente para él, se abrían paso por las espesas nubes que invadían el manto estrellado. Lo sabía, ella esperaba ansiosa ver a su nueva creación, un animal nocturno al que nombraría nuevo hijo.

Él no le daría ese gusto, así que tomó el revólver webley que le dio Miroku y, con toda su determinación, decidió caminar hacia el cementerio de su familia.

Se llevó el arma a la cabeza. Jamás pensó que así terminaría todo. Respiró profundamente intentando callar esa vocecita en su subconsciente que le decía que se detuviera. No, no era una voz, era un alarido que le rogaba no hacerlo.

Estiró el martillo, a sabiendas de que su maldición de a poco se apoderaban de su ser. — ¡Hazlo! —. Se exigió dispuesto a jalar el gatillo. Cerró los ojos, enseguida la imagen de Kagome lo asaltó. Los nervios le provocaron una risa histérica. Las imágenes subliminales ya lo estaban traicionando. Bajo el arma y la tiró fuera de su alcance.

No podría hacerlo.

En ese instante su piel se erizó, su garganta liberó una especie de gruñido al percatarse de un olor conocido; no sabía por qué, pero se sentía tan furioso al saber que su padre se encontraba cerca.

La ira dio paso a un dolor avasallante. Sentía que era partido a la mitad y vuelto a unir por un hilo invisible, como si sus huesos estuviesen acomodándose por cada sacudida espasmódica que lo alteraba. Cuando pudo reaccionar, estaba en el suelo. Con mucha dificultad pudo respirar por la boca, se levantó y se secó el sudor que le perlaba la frente.

Con su olfato siguió el rastro de Toga, deteniéndose justo enfrente a la bóveda donde yacían los restos de Izayoi. La escalinata de piedra era resbaladiza por la humedad, lo comprobó casi rompiéndose el cuello en una caída. Se sorprendió al ver un altar postrado en una pared, donde la urna se rodeaba de incienso y velas. Como decoración principal, el retrato de su difunta madrastra.

— ¿Era hermosa, cierto?

Sesshomaru se sobresaltó. Toga llevaba una vela en la mano, tranquilamente empezó a prender cada una de las que decoraban el altar. —Es diferente a como la recordaba—. La vieja pintura mostraba a una jovencita sonriente, de largo cabello negro, tez blanca, ojos inocentes y curiosos; con una pureza tan parecida a la de Kagome.

— Fue lo más similar a una madre que te pude dar... a pesar de la monstruosidad que hizo. Habría dado mi vida porque no hubieras presenciado su vil acto—. Rodeó a su hijo muy lentamente. —Me crees, ¿verdad? —. Se posicionó frente a él. —La amaba con una pasión ardiente como el sol. Desde que murió, no tengo vida, mira mis ojos—. Se pegó la vela casi por completo al rostro.

Sesshomaru vio vacío. Por instinto hizo su espalda hacia atrás. ¿Por qué tuvo las ganas de salir huyendo?. De pronto, un nuevo espasmo violento lo atacó por el vientre. Se dobló casi hasta el suelo.

Cualquier padre habría intentado calmar el malestar de su hijo ante la muestra de dolor que se adueñaba de su primogénito; sin embargo, no hizo más que tomarlo con fuerza del brazo, impidiendo su caída. —Quisiera darte unas palabras de aliento por lo que experimentaras esta noche, pero el destino te prepara peores horrores—. Lo sujetó con firmeza, y mientras el menor gritaba, Toga lo llevó casi arrastrando por un pasillo oscuro. —Te amo, aunque te parezca difícil de creer.

Le dio un empujón que habría hecho volar a cualquiera, pero Sesshomaru no sintió más que el frío suelo contra el que chocó. El golpe que se dio, lo hizo olvidar momentáneamente sus dolencias internas.

— Padre... —. Gimió levantando una mano para recibir ayuda, como respuesta escuchó una pesada reja metálica cerrándose.

— La bestia siempre predomina—. La voz delataba una burla que intentaba esconder. Se alejó de la puerta hacia la oscuridad de la bóveda, viéndose sus ojos dorados tan brillosos, como las de un felino en la oscuridad.

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