CAPÍTULO 3

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La realidad y la fantasía amenazaban cruelmente su débil cordura. Los espectros lo visitaban a horas inadecuadas aprovechándose de su vulnerabilidad; si tenían suerte, estos tomaban forma de gusanos arrastrándose en su cuerpo, otras veces era el niño famélico con ojos blancos quien reía mostrando sus casi extintos dientes, pero la alucinación más dolorosa era la del lobo. Ese ser lo olisqueaba, emanando de su hocico vapor verdoso y tóxico, sus rojos ojos parecían llenos de emoción al verlo, y su pelaje blanco se cubría de sangre al devorarle las entrañas.

Solo cuando escuchaba la voz de Kagome, su mente parecía tener la capacidad de enfrentarse a esos delirios de muerte.

Ella siempre se veía como una ninfa del bosque, bendecida por la luna que golpeaba con sus rayos su piel lechosa. Cada noche se acercaba desnuda hasta él, susurrando canciones, mientras su cabello espeso caía sobre sus senos, regalando suaves caricias y bellas sonrisas.

Toda ella era mágica, parecía una deidad sagrada a la cual debía venerar, y lo hacía, contemplando sus ojos idénticos al mar; en sus viajes lo había visto innumerables veces y jamás reparó en lo hermoso que era, hasta que lo vio en ella.

- Sesshomaru.

Le susurraba siempre su nombre de la manera más tierna que jamás en su vida escuchó.

El tiempo se volvió completamente irrelevante si Kagome estaba a su lado. Verla era un estimulante. Debía recuperarse, deseaba hacerlo y lo haría únicamente para decirle que se sentía terriblemente celoso que ella tuviese en el corazón a Inuyasha.

Esa noche, ni ella pudo salvarlo.

El aullido del lobo fue ensordecedor. Sus patas rasgaban la madera del suelo, aterrándole. Su aliento con olor a sangre lo inundo cuando trepo sobre él. Se acercó a su rostro y en un instante se volvía vapor.

Sesshomaru aspiró a la muerte, retorciéndose de dolor y gritando, sin ser consciente de la naturaleza de su destino.

*+*+*+*+

Abrió los ojos y se incorporó. Su cuerpo se encontraba entumecido. Entrecerró los ojos ante la luz matutina que entraba por la ventana. Hacía frío, intentó cubrirse con el grueso edredón, notando como los vendajes lo cubrían desde los dedos, manos, antebrazos, pecho y cuello, incluso sus muslos se encontraban así. Al menos no fue mutilado.

Escuchó voces y la puerta corrediza abrirse, dejando sorprendidas a las dos figuras que se quedaron petrificadas ahí. Solo les dirigió una mirada, porque el cuello no pudo moverlo.

Miroku llevaba una bandeja de plata con el desayuno y Kagome cargaba un libro en sus manos cuando lo vieron en esa posición.

- Sesshomaru-. Susurró asustada, porque él tenía la cabeza colgando hacia el lado derecho, opuesta a donde estaba la mordida, aunque sus ojos dorados los tenía fijos en ella. -Miroku, ve por el doctor-. Pidió caminando hacia el peliplata, se agachó a su altura, quedando de rodillas junto a él. - ¿Estás bien?

- Si-. Contestó. Su voz normalmente profunda fue cambiada por una rasposa y agrietada.

Kagome pendía entre el asombrado y la felicidad. Pasó sus dedos por las cejas y el marco del rostro. -Es... no puedo creerlo. Anoche cambié tus vendajes, parecía que las heridas no sanaban, estabas hirviendo y balbuceando-. Tomó su pañuelo, lo humedeció con el agua de un pichel y lo pasó con pequeños toques en el rostro masculino.

Ella y el pañuelo olían a fragancia de flores, pudo captar esencia de rosas, jazmines, iris, lirios y un poco de sándalo, si aspiraba más, percibía la frescura de la tierra en ella. Igual a sus alucinaciones.

- ¿Qué haces aquí?-. Cuestionó observando todos sus movimientos.

- Es imposible alejarme-. Sonrió con mucha ternura.

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