2. Empatía

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Tom D'Angelo, de 22 años, poseía una tez ligeramente pálida que contrastaba con su cabello completamente oscuro, adornado con rizos delicados. Sus ojos, de un tono miel claro, destacaban en su rostro y su altura superaba la mía, sobresaliendo aproximadamente una cabeza y media. Al observarlo detenidamente, noté que, al igual que yo, exhibía hoyuelos cuando sonreía, y sus pestañas, notables y hermosas, enmarcaban su expresión. Su mandíbula marcada y una boca definida añadían carácter a su rostro, mientras que unas ojeras pronunciadas acentuaban el contraste con su tono de piel. Además, su cuerpo morrudo apenas dejaba entrever la forma de sus hombros, destacando especialmente cuando vestía una camisa bordo que delineaba sutilmente su figura. Aunque sus músculos apenas se insinuaban, la prenda ajustada sugería un físico robusto. La presencia de Tom D'Angelo irradiaba confianza serena, como si cada rasgo contara su propia historia. Aunque sus hombros apenas se notaban, la postura erguida y el andar seguro revelaban una combinación de determinación y relajación en cada paso. Más allá de sus características físicas, había algo magnético en él que capturaba la atención de quienes lo rodeaban.
A pesar de su afable naturaleza y su inclinación a relacionarse con quienes lo rodeaban, Tom se sumía en su labor en el granero con animales con una seriedad y compromiso evidentes. Tanto si cargaba pesados baldes de agua o comida como si se ocupaba de mantener el lugar en orden, dejaba claro su nivel de dedicación incuestionable.

Mientras caminaba por los senderos de tierra que conectaban los diversos espacios, adoptando mi papel natural de observadora, noté que, en esta ocasión, la atención de Tom se dirigía hacia mí desde cierta distancia. Aunque era costumbre para mí observar las actividades de los demás, la dinámica dio un giro inesperado cuando Tom, de manera firme, estableció un contacto visual. A pesar de que mi nerviosismo me instaba a apartar la vista, él esperaba pacientemente, deseoso de que volviera a conectar nuestras miradas. Fue en ese momento cuando reconocí que su atención se centraba directamente en mí, creando un matiz peculiar en nuestra interacción visual cotidiana.
Y así, en ese preciso instante, vi cómo Tom dejaba sus herramientas en la mesa del granero, su espacio de trabajo cotidiano, cosa que me pareció totalmente extraño. Con pasos lentos pero seguros, se acercó hacia mí, marcando la transición de su labor activa a un encuentro que prometía un cambio inesperado en nuestro habitual cruce de miradas, era notorio que cada vez que se encontraba más cerca mi nerviosismo aumentaba, fuera de que no le tuviera miedo este chico alteraba a cualquiera, tenía cierta energía que te ponía nervioso.

—Eres la famosa "Alex" de la que todos hablan, es increíble tenerte frente a mí —comentó con una amplia sonrisa, su voz se me hacía conocida al punto que sentí como se erizaba mi piel

—¿Qué quieres? — Pregunté de inmediato a su vez mi corazón palpitaba rápidamente

—Nada en particular, solo quería presentarme. Es un placer conocer a la persona que debíamos de rescatar —se acercó con una expresión amigable mientras en mi cabeza no paraba de resonar lo que acababa de decir—. Todos estábamos preocupados por tu bienestar.

—No hables por todos —crucé automáticamente los brazos, creando distancia y expresando mi incomodidad.

—Tienes razón, pero... ¿Sabes qué? Muchos te defienden y hablan como si conocieran toda la historia —mencionó con un tono animado, posiblemente provocando.

—¿Y qué interés tienes en compartir esa información?

—Veo tu Tristeza.

—Todos la notan, no eres especial.

—¿Por qué estás así? Te rescatamos, eres libre —extendió los brazos, señalando el entorno.

—Lo que me sucede no es asunto tuyo.

Descending into madness. Is there an end? Parte IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora