3. Gaedos

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Orj siguió a Alix hasta una zona industrial cercana al bosque en el que habían salvado a la chica. Lidia. Ese era su nombre. O, al menos, así la llamaban los tipos de cuyas almas Orj se había alimentado. Ella seguía inconsciente en brazos de Alix y no había signo alguno de que ese estado fuera a cambiar en breve.

—¿Cuánto crees que tardará en despertar?

—No lo sé —respondió Alix, después de observarla durante un instante, antes de seguir con la inspección de la zona—. Pero espero que lo haga pronto.

El tono preocupado de Alix puso a Orj en alerta. ¿Cuántas almas había tomado en la lancha? Cinco o seis. Siete, quizás. ¿Y cuántas había tomado Alix? ¿Cuántos humanos había?

—Allí —señaló Alix e interrumpió el hilo de los pensamientos de Orj, que lo vio volar hacia una enorme construcción abandonada—. Parece un buen sitio.

—Todo un hotel de cinco estrellas —gruñó al entrar justo detrás de Álix a través de una ventana rota—. No podemos dejarla aquí.

—No tengo intención de dejarla todavía —confesó mientras colocaba a la joven con cuidado sobre unos cartones amontonados en el suelo que formaban un improvisado catre—. Quiero asegurarme de que esté bien. No me fío de la deodjian y sería absurdo pagar su precio a cambio de nada.

Orj asintió y un gruñido escapó de su garganta.

Alix estaba en lo cierto, la deuda contraída con la sacerdotisa ardian bien valía asegurar que no pagaban por nada. Pero no le gustaba la idea. Ni aquel lugar era adecuado para la joven, ni ellos deberían estar cerca de ella cuando despertara. Además, aún no sabía si Alix había llegado a tomar algún alma antes de obsesionarse con salvar a la muchacha. De todas formas, por el número de humanos de la embarcación, no había podido tomar más que una o dos almas. Y eso, sin ninguna duda, era demasiado poco para Alix. Lo justo para aguantar el tiempo suficiente hasta recibir otra asignación. O, quizás, ni eso.

—¿Piensas alimentarte de ella? —preguntó Orj con voz queda.

El cuerpo de Alix, que estaba acuclillado frente a la joven, se tensó justo antes de que se girara para clavar los ojos marrones en Orj.

—¿Piensas que he perdido la cabeza?—respondió, con la mirada cada vez más oscura, fija en él—. No tengo intención de empeorar mi condena.

—Los Riados nos enviaron a la lancha en la que la encontramos —murmuró Orj—. Ellos sabían que la chica estaría allí, Alix. Si no hubieran querido que nos alimentáramos de ella...

—¡Para! —Alix lo interrumpió con un grito al mismo tiempo que se ponía de pie y avanzaba hacia él, con gesto fatigado—. Ella no tenía que morir hoy. Y mucho menos ser la cena de ninguno de nosotros. Es más, apostaría a que ni siquiera debería de haber estado en aquella maldita lancha.

—¿Cuánto hace desde la última vez que te has alimentado?

Alix negó con la cabeza como toda respuesta.

—Toma. —Orj caminó hacia él y le tendió el brazo con la muñeca hacia arriba—. Si no quieres alimentarte de ella, bebe de mí. Esos cabrones del barco eran en realidad un banquete para dos y es evidente que yo me he dado un festín.

—No eres mi tipo, Orj —bromeó, a la vez que le apartaba el brazo que le tendía—. Lo último que me apetece ahora es pegarte un polvo.

—Tampoco me enloqueces Alix, pero tienes que alimentarte y si no puedes hacerlo de ella no creo que puedas esperar a la próxima asignación de los Riados —insistió, aún sabiendo que Alix no sería capaz de contenerse si se alimentaba a través de la sangre.

Ladrones de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora