5. Alix

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Alix se materializó a unos metros de donde había sentido a Irin, después de buscar en su mente un lugar seguro, en el que no percibiera presencia alguna que pudiera ponerlo en peligro. No tenía ni idea de qué estaría haciendo la antigua gaedain, pero, conociéndola, era fácil suponer que su ubicación, fuera la que fuera, no era un buen lugar en el que aparecer de la nada. Desde que había sido desterrada de Gaelan al reino material, Irin no soportaba estar sola, a menudo se entremezclaba con los humanos y disfrutaba de actuar como uno más de ellos. Alix jamás le había preguntado sus motivos, pero, después de tantos intercambios de sangre entre ambos, no era difícil para él hacerse una idea

Eso era, con diferencia, lo peor de su destierro. La dependencia que, por si fuera poco, impedía que hubiera secretos entre ellos, al menos por lo que a las emociones se refería.

Siendo gaedos, con destierro o sin él, y por más forma terrenal que tuvieran sus cuerpos, todos seguían siendo sobre cualquier otra cosa seres inmateriales. Como tales, necesitaban el akash, o lo que los humanos llamarían energía primordial, para poder seguir existiendo. Pero en los Reinos Intermedios de Atiskaya, como el humano, el akash no existía más que como manifestación física. Esto era lo que los humanos llamaban alma y los seres mágicos conocían como akashlia.

La ecuación era tremendamente sencilla y al mismo tiempo cruel: Sin akash no habría vida en el reino humano, sin vida no podía haber akash. Y la energía primordial, en cualquiera de sus formas, era el equivalente al alimento de los gaedos. Sin akash se consumían hasta dejar de existir en el mejor de los casos. En el peor, se convertían en seres monstruosos y retorcidos, verdaderos depredadores dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguir una fuente de alimento. Sombras de lo que un día fueron y jamás volverían a ser.

Condenados a existir en los Reinos Intermedios de Atiskaya, los gaedos desterrados solo podían alimentarse con la energía primordial que existía en los seres vivos que los habitaban, con la excepción de que no podían tomar el akashlia de ningún ser mágico o de ninguna criatura protegida por ellos. Y eso dejaba a los seres humanos como única fuente de alimento. Los gaedos desterrados se convertían a la postre en seres dependientes de las mismas criaturas que la mayoría de ellos había despreciado durante toda su existencia.

Los seres humanos ya de por sí eran considerados el más bajo eslabón de todos los reinos existentes, bestias incontrolables que luchaban contra el orden natural y desestabilizaban el equilibrio de Atiskaya. Pero incluso entre las bestias había distinciones y los mejores de ellos, los que, con conocimiento de causa o no, respetaban el equilibrio de los reinos, gozaban de protección. Solo los peores humanos, los más retorcidos y para los que no había esperanza alguna de salvación, eran dejados a su suerte y sin amparo de ningún tipo. Ladrones, asesinos, violadores, adictos de cualquier clase, maltratadores... Ellos eran la única fuente de alimentación posible para los gaedos desterrados que aspiraban a regresar algún día a su hogar. Humanos sin escrúpulos que habían cometido a lo largo de sus vidas las mayores atrocidades imaginables. La escoria de Atiskaya.

Solo a través del respeto al equilibrio y el cumplimiento de las leyes que regían todos los reinos, los gaedos desterrados podían llegar a ser perdonados y aceptados de nuevo en Gaelan. Aunque, por supuesto, eso no suponía que pudieran llegar a recuperar su antigua posición en los Reinos Superiores, la que por su naturaleza y poder les correspondía. Lo más probable era que, de ser levantado el destierro, fueran confinados en el Latio, en el margen inferior de Gaelan y zona fronteriza entre reinos de Atiskaya, que los humanos llamaban Reino de los Sueños. Por eso Alix no conservaba esperanza alguna de recuperar su antigua posición en su reino, aunque poder habitar en el Latio y recuperar su condición, incluso si solo era de forma parcial, era una posibilidad lo suficientemente cautivadora para no quebrantar las normas y cumplir con las asignaciones de los Riados. O, al menos, lo había sido hasta entonces.

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