CAPITULO CINCO: La cabaña

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Adam

La brisa marina me revolvió mi cabello negro, dejándolo más desordenado que de costumbre. Era refrescante. Cerré los ojos para que, aunque sea por un solo momento, dejarme sentir; sentir el olor a agua salada, oír el piar de las gaviotas que revoloteaban sobre nosotros. Reí al sentir cosquillas por la arena de la playa que se colaba entre mis dedos. 

—Esto es vida —murmuré.

—Piensa rápido, amigo mío. 

Un golpe en mi cabeza me hizo despertar. Mi bolso de viaje ahora estaba a mis pies. 

—Gracias —Le sonreí a Luke por haberme lanzado mi bolso —, por nada...

El muy idiota. 

Amy bajó después. Frunció el ceño ante la acción de Luke y le dio un golpe en su mano. 

—Deja de molestarlo. 

Luke rodó los ojos y siguió bajando las maletas. 

—Como sea. 

Sonreí a Amy.

—Mi heroína. 

Ella sonrió, orgullosa. 

—Ven conmigo —dijo tomando su bolso y echándolo a su hombro —, hace mucho tiempo que no entro a esa cabaña. 

—Dame —Le quité su bolso y lo colgué a mi espalda —, yo te lo puedo llevar. 

Por un momento dudó, pero luego me agradeció con su mirada.

—Gracias.

Le sonreí.

—No hay de qué. 

Caminamos juntos por el camino de tierra que daba a la entrada hacia una cabaña de tamaño mediano. Grandes árboles se mecían con suavidad gracias a la ventolera que levantaban las imponentes olas de la playa. Su melodía era embriagadora. El cielo se veía más que limpio y el aire, fresco y salado, se colaba por nuestra nariz. 

—Que delicia —Amy detuvo su caminar para cerrar los ojos y dejarse envolver por el ambiente. Su pelo, al igual que las hojas de los árboles, revoloteaba cómo si quisiera seguir el sonido que flotaba por el aire. 

A veces, mirarla también resultaba embriagador. 

—Sí —murmuré sin saber qué más decir—. Lo es. 

A medida que avanzábamos, mentiría si dijera que no me fijé en su vestimenta. Disminuí el paso para mirarla mejor. Su vestido rojo le llegaba más arriba de las rodillas y se ajustaba un poco en su cintura, y las pequeñas flores blancas le daban un aire muy femenino. Subí mi mirada hasta su cabello. Una pequeña diadema que hacía juego con su vestido se hallaba sobre él. Aun así, más de un mechón se escapaba de este. De verdad era hipnotizante ver su pelo. Era de un color miel muy bonito. 

Deja de mirarla. Se dará cuenta.

Mi conciencia me advertía a gritos que dejara de hacer aquello. Pero siempre me gustaba correr el riesgo de las cosas, la adrenalina de hacerlo. Además, sentía mucha curiosidad de mirarla. Fruncí el ceño ante ese pensamiento. 

Tranquilízate, Adam. ¿Cuándo ha sido pecado mirar a alguien? Viniste a la playa a relajarte, no a tener más preocupaciones. 

Seguí a Amy, quien ya se había adelantado unos pasos. Debía distraerme. 

—¿Una carrera hasta el candelabro del living? —me preguntó poniéndose en posición de carrera. 

Llevé una mano a mi pecho con dramatismo.

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⏰ Última actualización: Oct 11 ⏰

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