Capítulo 2

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  Los días siguieron pasando monótonos y fríos, pero, tras una semana, esa monotonía había desaparecido de mi vida porque sin saber el motivo o razón de ello, yo, había sido secuestrado.
  Murmullos, de infinidad de hombres, era lo único que podía escuchar en aquel frío lugar lleno de ratones y asfalto. Pude suponer que estaba en algún almacén abandonado, atado a un poste de hierro y con un dolor de cabeza muy grande. Suponía que ese dolor provenía de aquel golpe inesperado que había recibido tras tirar la basura del local en el contenedor del callejón.

  Pensé que volvía a tener algún tipo de alucinación pero tras volver a mis cinco sentidos, pude comprobar que eso no era lo que me estaba ocurriendo, y lo confirmé cuando los susurros se detuvieron y el vendaje de mis ojos había sido quitado para poder contemplar a aquel hombre que parecía haber salido de una revista de modelos. Impactado, seguí sus suaves movimientos con los ojos hasta ver como un hombre con traje negro le entregaba unos papeles. Su grave voz resonó en mis oídos.

–Hayashi Owari, 25 años, nacido en Nagoya. –Hizo una pequeña pausa y prosiguió hablando de mi tipo de sangre, de mi familia, compañeros y conocidos. Algo en mi cabeza sabía que nada de esto estaba bien pero lo único que podía hacer era seguir escuchando–, hace 4 meses compró un pequeño local en Shibuya y montó una cafetería.

  Paralizado comencé a preguntarme cómo había llegado a estar en esta tenebrosa situación, pero el temor no me dejaba hablar, con lo cual me quedé en total silencio hasta que nuestras miradas se cruzaron y bajé la cabeza para mirar el asfalto debajo de mis pies.

–Chico, para lo sencilla que es tu vida acabaste en la peor situación posible, –tras decir esas palabras se acercó, sostuvo mi mentón con sus manos y lo levantó para que así nuestros ojos se volvieran a cruzar.
  Aquellos sorprendentes ojos verdes eran tan profundamente intensos que te engullían con la facilidad de un océano. Por ello, tuve la necesidad de desviar la mirada a otra parte, pero eso parece que tan solo lo molesto más de lo que ya estaba.

–Dime, Hayashi, ¿qué es lo que viste ese día de camino a casa del local? –tras decir aquellas palabras, sin percatarme, le sostenía la mirada de nuevo sin comprender nada.
–Yo… No sé de qué hablas… –Petrificado, recordé todo lo que había visto ese día de camino a casa y las lágrimas comenzaron a brotar–. Ella… me persigue a donde vaya… la maté, –estaba nervioso a rabiar, recordando ese día–. ¡YO LA MATÉ! ¡Y AHORA ELLA ME ATORMENTA A DONDE QUIERA QUE VAYA!

  Tras decir aquellas palabras me soltó la barbilla y yo oculté todo mi cuerpo entre mis rodillas. Proseguí con mi llanto mientras todos ellos parecían confundidos.

–Ella me dijo que me había curado, que estaba bien, –hice una pequeña pausa para coger una bocanada de aire y proseguir–, pero sigo teniendo alucinaciones. Así que tan solo me vi a mi con un arma, matándola, mientras su cadáver estaba posado en el suelo, recordándome que la había matado.

  Dejé de hablar. Un silencio bastante incómodo colmó aquel ambiente. Me limpié los ojos con las rodillas y levanté la cabeza para ver a aquel hombre frotándose la nuca con su enorme mano mientras suspiraba como si estuviera aliviado.

–Oye, chico, no quiero ser grosero, así que dime, –cogió mi camisa del cuello y me acercó más aún a su rostro, al que ahora se le podían contemplar las venas que sobresalían de su cuello. Se veía bastante irritado pero seguía sin entender por qué. Nuestros ojos estaban en total contacto visual y justo ahí prosiguió con sus preguntas–. Ese día, ¿fue eso lo único que viste? ¿No viste nada más? No me mientas, chico, o te juro que te arrepentirás de ello.

  Eso me dejó en duda. Tenía que ver algo. Medité aquella situación y volví a pensar en aquel día para averiguar si se me pasaba algo, sin embargo, tan solo la vi a ella, Yumeko. Mi cabeza estaba hecha un lío y entre susurros silenciosos lo dije.

–¿Eh?
–Nakamura Yumeko, yo… la maté… –Aquel nudo en la garganta seguía estando ahí, y nunca me dejaría ir, era… como la sensación de estar asfixiándose dentro del agua, pero por más que nadaba, más hundido me sentía–. ¡Ella es a la única que vi ese día!
–Está bien, dejémoslo aquí.

  Tras decir eso, yo volví a derramar lágrimas desesperado. Ya no podía más, tan solo quería que acabara de una vez, yo no quise hacerlo, no quise matarla. Mientras tanto, pude escuchar algunos susurros. Solo hubo una palabra que escuché claramente: “Llévatelo”. Si hablaban de mí, significaba que me iban a llevar a otra parte. Deduje que posiblemente mi ilusión fue real, pero con otros personajes diferentes.

Te dejaré morir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora