Hijo del mar

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Que me hubieran enviado a la cabaña de Poseidón se me hacía muy extraño. No me malinterpretéis, tenía cosas muy guais, como no tener que compartirla con la mitad del campamento o que recogerla y limpiarla fuera mucho más sencillo. Sin embargo, aún no me había acostumbrado a esta extraña idea de que ahora Percy Jackson era hermano mío. No sé cómo explicarlo. Técnicamente, todos allí somos una gran familia por nuestro parentesco divino, pero nunca se ha sentido como tal entre la mayoría. Sin embargo, el sentimiento era más fuerte con la gente de tu misma cabaña, quizá porque la palabra "hermano" resonaba mucho más con nosotros que "primo".

Por ese motivo, seguramente, Quirón le pidió a Percy que me adiestrara él con la espada a partir de ahora, en lugar de Connor. Yo creía que el universo por fin estaba haciéndome un pequeño regalo, dejándome pasar más tiempo con alguien tan alucinante, pero las cosas no tardaron en truncarse. Cuando Percy me enseñaba un movimiento parecía de lo más sencillo, igual que no me costaba entender la lógica al explicarme en qué momentos de una pelea debería atacar, cuándo defender y cómo. Por desgracia, eso era lo único sencillo, ya que después de una semana no había conseguido siquiera acercarme a él en ninguno de nuestros combates de práctica. No importaba si lo intentaba una vez o mil, porque el resultado era el mismo.

—¡Tienes que recordar lo que te digo, Hayden!

Yo no lo hacía a propósito, de verdad que no, pero la idea de decepcionar a Percy se hacía más dura de sobrellevar después de cada entrenamiento. A veces simplemente me quedaba en tirado en la cama, fantaseando sobre lo que llegaría a hacer cuando fuera un guerrero de verdad. Otras, fingía prestar atención a cualquier otra cosa cuando mis queridos rescatadores se reunían en la cabaña de Poseidón y yo me quedaba escuchando, porque eran lo más cercano que tenía a unos amigos.

Suena patético, lo sé, pero fue en una de esas reuniones donde se me ocurrió una idea. Jason estaba picando a Leo, aunque no recuerdo exactamente qué le dijo. Lo que sí recuerdo fue a mi hermano mayor utilizando sus poderes sobre el agua para extinguir las llamas antes de que estas nos consumieran a nosotros. Después de que Leo y Jason se disculpasen, se me ocurrió hacer una pregunta:

—Oye, Percy, ¿y yo cuándo voy a aprender a controlar el agua?

Él me miró un poco sorprendido, ya que las únicas veces que había hablado delante de sus amigos había sido para terminar soltando alguna chorrada que me pusiera en ridículo. Por desgracia, su respuesta no me animó tanto como me gustaría:

—Podemos intentarlo mañana después de practicar con la espada, pero te advierto de que quizá no puedas hacerlo.

Él no lo sabía, pero yo nunca había tenido suerte. Cualquier tipo de apuesta me salía por la culata, así que si esos poderes eran una especie de lotería, entonces llevaba todas las de perder. Aún así, lo peor era que no tendría forma de saberlo de verdad hasta que lo intentara al día siguiente y, por lo tanto, una pequeña esperanza se negaba a abandonar mi corazón, como si mi propio cuerpo disfrutase de que la decepción siempre fuese lo más grande posible.

Ese día no me presenté a cenar. En su lugar me acerqué al lago y traté de hacer cualquier cosa con la gran masa de agua que se extendía ante mi: moverla, congelarla un poquito, evaporarla... lo primero que se me cruzase por la cabeza lo intentaba, pero el agua no se inmutó lo más mínimo ni sufrió el más ligero cambio. Si tenía las mismas capacidades que Percy, entonces lo necesitaría a él para despertarlas.

Por la noche me costó conciliar el sueño, incluso más de lo normal. Cuando el mayor volvió del comedor, yo fingía estar dormido, pero mi cabeza estaba tan despierta como si tuviera un subidón de cafeína. Me hubiera gustado pedirle que me enseñara ya, que no podía esperar a mañana para saber si había heredado aquellos poderes, pero sabía que me mandaría de vuelta a la cama y tampoco quería molestarlo tanto que se echara atrás.

El chico de la cabaña nº3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora