Y después de las cartas

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Diez años después

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Sus manos se movían ágiles por los platos colocando el pedazo de salmón encima de una cama de verduras glaseadas, colocando unas papas duquesa cocidas con mantequilla, ajo y especias. Finalmente terminó cada platillo con la salsa de cebollas ocareñas. Observó los veinte platos que estaban debidamente colocados en la mesa y con un trapo blanco limpió perfectamente cada plato.

Todo estaba perfecto, cada platillo idéntico al que estaba a su lado.

—¡Llevenselo! —Su voz subió unas octavas para llamar la atención de los meseros.

Tres hombres se acercaron, tomando cada platillo y colocandolo en charolas largas, antes de salir con rapidez por la doble puerta, asegurando que los platillos llegaran calientes a las mesas.

Su atención se dirigió a la área caliente, acercándose y probando las salsas que le ofrecían los cocineros al verlo aproximarse. Agregó un par de especias por aquí y se aseguró de servir cada crema debidamente, con los crotones y demás decoraciones encima.

Se dirigió hacía el área de mariscos asegurándose del emplatado de los langostinos en miel de wisky y su acompañamiento.

—¡La comida tiene que salir en cinco, terminen de emplatar!—Habló fuertemente.

Los platos comenzaron a salir de la cocina, comprobando que estuvieran perfectos y se entretuvo para servir un par de cortes de carne, asegurándose del termino y la salsa balsámica que iba a juego.

—Empecemos con el postre, el último platillo de la noche.

El sonido de las ollas chocando entre ellas, el fuego ascendiendo por el alcohol utilizado, las voces entre cocineros, el cuchillo bajando en las tablas y el sonido de los platos, todo era música para sus oídos. Pero la parte complicada había pasado, el postre solía ser más sencillo una vez que el plato fuerte había sido servido.

Una hora después la ultima bandeja de postres salió por la puerta. Una vez que el último platillo salió, sonrió, girando sobre si mismo e inclinándose para agradecer a su equipo.

—Excelente servicio.

Y sin esperar las sonrisas de los demás cocineros salió de ahí, hacía el baño más cercano, mojando su rostro para refrescarlo, pasando una pequeña toalla por su cuello y permitiéndose respirar con profundidad luego del servicio. Una vez que se relajó lo suficiente, salió del baño encontrándose con unos orbes azules observándolo curioso.

—Vaya servicio el de hoy.

—No me lo digas. —Sonrió satisfecho.

—Cualquiera que te viera en esa cocina jamás te reconocería, siempre es curioso verte.

AitogakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora