El caballito y el carro

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        Recuerdo un día que se presentó en casa un fotógrafo ambulante, con un caballito tamaño infantil de madera que tiraba de un carruaje también para niños. Yo tendría tres o cuatro años, creo que tres porque mamá todavía tenía la panza plana y Noemí seguía siendo sólo un posible futuro susto para mis padres. El montaje fotográfico era simple, el señor de la cámara disponía el carruaje en nuestro jardín y Mery, Dani y yo nos montábamos en él con nuestros abrigos a conjunto. Salimos inexpresivos y con caras de sueño, o talvez felices. Ahora diría que eran caras de despreocupación aunque yo estaba realmente entusiasmado con aquél caballito, aunque fuera de mentira. Desde pequeño hasta ahora nunca supe expresar muy bien sentimientos complejos como la felicidad o la tristeza.

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