5 años después.
—¡Lucky!
Terminó de colocar los últimos dos botones de su camisa blanca y pronto se escucharon las patitas del cachorro por el pasillo, correspondiendo al llamado al instante. Tomó de encima de su cama la pequeña corbata negra que compró hace una semana atrás por internet y se arrodilló en el suelo para colocársela alrededor de su cuello.
—Creo que esta es la mejor inversión que he hecho en mis 22 años —contempló con adoración lo elegante que se veía con ese accesorio y besó su cabeza—. Por favor, no te la comas y tampoco hagas tus necesidades en medio de la exposición, ¿de acuerdo? Prometo darte dos croquetas en vez de una si todo sale bien esta noche.
Como era de esperarse, el perro solo respondió ante la mención de su snack preferido, moviendo su colita con rapidez y lanzando un ladrido.
—Trato hecho.
Soltó todo el aire que sus pulmones contenían para tratar de eliminar de su interior los nervios que lo carcomían. Amarró la correa al gancho que incluía la corbata y abandonó su habitación, recogió sus pertenencias personales de la mesa de la sala y se dirigió a su auto. Sentó a Lucky en el asiento del pasajero sobre la acogedora cama circular que tenía allí y se colocó en marcha hacia el museo.
Hoy, a diferencia de todos los domingos, no iba a contemplar las obras de Vincent van Gogh junto a Ellis.
Hoy, a diferencia de todo los domingos, iba a contemplar la primera exposición de Ellis junto a Lucky, como un día planearon.
Hace aproximadamente dos meses atrás recibió una llamada de su novio, contándole entre llanto, risa y exclamaciones de felicidad que lo habían seleccionado para dirigir una presentación del arte de David Hockey, un importante contribuidor al movimiento del arte pop de la década de 1960 y considerado uno de los artistas británicos más influyentes del siglo XX. Debido a su impecable imagen en el museo como voluntario todos los veranos y su excelente historial en la universidad, encabezó la lista del estudiante más capacitado para ejercer esa responsabilidad.
Recibió ayuda de toda su familia, de su padre y de él en todo el proceso de organización para que esa experiencia fuera inolvidable. Fueron semanas de mucho estrés, presión y un alto sentido de perfeccionismo; hubo días en donde Ellis se la pasaba pegado a la computadora o salía de la universidad directo hacia el museo para encargarse de la parte administrativa, recibir personalmente cada obra que se iba a presentar e ir preparando la sala que se utilizaría.
Eran mínimas las horas que pasaban juntos, pero procuraba en cada oportunidad que tenía llevarle algo de comer o de beber, le daba masajes para aliviar la tensión de sus hombros en los pequeños recesos que se tomaba para descansar y, cuando terminaba su labor en aquel lugar, lo llevaba a su casa para que no regresara caminando. También, sin Ellis saberlo, aportó su granito de arena viralizando la información de la exposición con todas las personas que conocía.
Hizo -y continuará haciendo- lo mismo que Ellis hizo por él al inicio: no lo dejó solo, le buscó soluciones cuando su mente se atascaba y sus brazos siempre se mantuvieron abiertos para aguantarlo cuando ya el agotamiento acababa con él.
Era una reciprocidad de actos.
Se detuvo en el primer semáforo en rojo y le echó un vistazo a su cachorro, quien esperaba pacientemente acostado en su nido con su cabeza apoyada encima del libro.
El libro.
Si al Tristan de 17 años le hubiesen dicho que su primer libro va a ser publicado en físico no hubiera creído que iba a llegar tan lejos.
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A través de las obras de Vincent van Gogh | En físico!
RomanceNo estaban destinados a acabar así: conociéndose de la manera más inoportuna. Uno trataba de hallar desesperadamente un método para escapar de su realidad, queriendo buscar una salida de todos sus problemas para volver a encontrar su alma y evitar f...