Las cocinas

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Hay algunas historias que mí abuela no cuenta cuando hay hombres presentes: nunca durante la cena, nunca en las reuniones familiares.
Se las cuenta sólo a las mujeres, normalmente en la cocina, cuando estamos ayudando con los platos o pelando verduras, o quitando la parte superior y el rabo a las judías verdes, o desplumando codornices, de esa forma casi ritual, en un semicírculo al lado de la estufa en invierno y de la ventana en verano.

Las cuenta en voz baja, sin grandes aspavientos, y no contienen ningún sonido dramático, a diferencia de las de mis tíos y mi abuelo.

Son historias de traiciones, embarazos no deseados, enfermedades de diversa índole, infidelidades matrimoniales, crisis mentales, trágicos suicidios, desagradables muertes prolongadas. No son ricas en detalles ni están bordadas con incidentes: son crudas y objetivas. Las mujeres mayores, con sus propias manos moviéndose entre los platos sucios o las peladuras de las verduras, asienten solemnemente y las chicas, escuchamos.

Algunas de estas historias, se entiende, no deben transmitirse a la parte masculina de la familia, porque les disgustarían. Es bien sabido que las mujeres pueden manejar este tipo de cosas mejor que los hombres. A los hombres no se les debe contar nada que puedan encontrar demasiado sórdido; las profundidades secretas de la naturaleza humana, la violencia de la creación femenina, podrían abrumarles o trastornarles. Por ejemplo, los hombres suelen marearse al ver su propia sangre, a la que no están acostumbrados. Por esta razón, nunca debes ponerte detrás de uno en la cola de la consulta del médico. A los hombres, por alguna misteriosa razón, la vida les resulta más difícil que a las mujeres. (Mi madre lo cree así, a pesar de los cuerpos femeninos, atrapados, enfermos, desaparecidos o abandonados, que pueblan sus historias). Hay que dejar que los hombres jueguen en el cajón de arena de su elección, tan felices como puedan, sin molestar; si no, se ponen de mal humor y no nos dejan en paz.

Hay todo tipo de cosas que los hombres simplemente no están preparados para entender, así que ¿por qué esperarlo de ellos? No todo el mundo comparte esta creencia sobre los hombres; sin embargo, tiene su utilidad.

"Desenterró los arbustos de alrededor de la casa", dice la abuela. Esta historia trata de un matrimonio destrozado: un asunto serio. Los ojos de mí madre se abren de par en par. Las otras mujeres se inclinan hacia delante. "Lo único que le dejó fueron las cortinas de la ducha". Hay un suspiro colectivo, una expiración de aliento.

Mí padre entra en la cocina, preguntándose cuándo estará listo el café, y las mujeres cierran filas, volviendo hacia él sus engañosas caras de sonrisa inexpresiva. Poco después, mi madre sale de la cocina, cargada con la cafetera, y la deposita sobre la mesa en su lugar.

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Esto se basa en la reflexión de las historias de cocina, de aquéllos círculo que hacemos en las tardes ajetreadas y hablamos, aquéllos círculos que casi todos los hombres toman por cotilleos y que casi todas la mujeres toman cómo las lecciones que las dejaron convertirse en adultas.

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