Prólogo

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La realidad de muchas personas suele ser aburrida y gris, con sus toques de momentos brillantes y oscuros.

La gente lo odia, y por naturaleza es ambiciosa. El estatus quo no es suficiente para ellos.

Pero, hay personas que su existencia es mas lúgubre que otras, y no por que haya mucha oscuridad, si no qué hay falta de luz.

Y justamente, en una habitación poco iluminada, se encontraría un joven.

Laceos cabellos de un negro tan fuerte como el carbón colgaban de sus sien, tan desaliñados como los vellos de un marinero de altamar.

Sobre su nuca la cantidad de pelo no se hizo tardar, puesto que una cola de caballo se encontraba.

Las características de su protección natural hecha de quitina combinaban muy bien con el lienzo que era su piel.

Tal como un papel impreso de antigüedad considerable, su piel era un dorado claro. En comparación, la Malta de trigo solo podría igualarse.

Tenía cejas poco pobladas, pero existentes.

Respecto al resto de su cuerpo, se le podría describir como un joven lampiño al que la pubertad recién le está afectando.

-Frío...

Murmuró el joven, al mismo tiempo que se cubría mejor con aquel trozo magullado de tela café al que llamaba sábana.

De pronto, un rayo de luz salió de entre una pequeña abertura en la ventana, una que las ya usadas cortinas de segunda mano no podían cubrir en su totalidad.

La luz cayo en el rostro del chico, despertándolo definitivamente.

-... ah... es tarde...

Dijo mientras abría lentamente los ojos debido a la irritación del sol.

Usando su fuerza de voluntad, se separó de la sabana que lo cubría del congelador en el cual se había convertido su habitación.

Levantándose del suelo, en donde su cama se encontraba, abrió las cortinas que anteriormente habían fallado en su función de mantener la habitación a oscuras.

-Necesito más tela.

Mencionó con un tono ronco y profundo, causado por el haberse despertado recientemente.

Renunciando a intentar arreglarlas en ese instante, se apartó de la ventana y se acercó a la puerta de la habitación. En ella, colgaba un saco de tela viejo y desgastado. Era grande, puesto que le cubría hasta las manos, y llegaba hasta sus pies.

Sin siquiera notar las manchas oscuras de grasa y suciedad que la prenda tenía, se dispuso a vestirse.

Cuando termino, se abotono los agrietados y descoloridos botones de madera que mantenían cerrada a la pieza de las calamidades del exterior.

"Esto ayudará a calmar el gélido viento de la mañana"-pensó.

Una vez estaba listo, agarro una llave de cobre desgastado y salió de su pequeña habitación. Mientras bajaba por unas escaleras de madera ruidosas, la guardo dentro del bolsillo del saco.

En el primer piso no parecía haber rastro alguno de un ser vivo. Todo estaba silencioso y sin ninguna perturbación. Lo que parecía ser una mesa, junto a un horno de arcilla, parecían haber sido recientemente usados. Aún quedaban cenizas y pequeñas brazas en el horno, mientras que la mesa contenía aún migajas de pan y una jarra de agua a medio tomar.

Finisterra: El HispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora