Los ojos azules de Paul destilaban pequeñas lágrimas, estaba solo y escondido, lloraba de rabia, lo suficientemente lejos de todo como para no ser visto. No volvió a clases después del recreo porque sus compañeros habían estado molestándolo, cualquier excusa era buena, el incipiente bigotillo era lo de ahora, era pequeño, era nada. Los cambios de su cuerpo ad portas de la adolescencia se le hacían pesados y lo llenaban de torpeza pues parecía crecer y encogerse desproporcionadamente.
En la soledad podía llorar cuanto quisiera, pero puso una mano sobre su boca cuando escuchó unos pasos, un chico más grande, con el blazer y la camisa desordenada se había sentado cerca, sintió el sonido de un encendedor y luego la calada seguida de un suspiro, la falta de soledad incluso lo había llenado tanto más de frustración, así que no pudo aguantar el quejido de su llanto.
Daniel, alarmado por lo que escuchó, porro en mano se dirigió a la fuente de sonido debajo de una caja de madera y lata con una cortina de nylon semi transparente, un desecho del taller de carpintería, allí vió una imagen que le hizo sentir una mezcla entre pena y ternura, unos ojos enormes, claros, aguados y los pómulos con marcas de lo que él sabía eran golpes de puño.
Paul, de unos 13 años vió asomarse a este chico totalmente cool con un cigarro en la boca, el cabello entre azul y verde, los ojos rojos y una tabla de skate bajo el brazo.
Nunca se habían visto antes, el de 17 años, un poco drogado, solo atinó a meterse en la madriguera ante la atónita mirada del niño que abrió un poquito su boca, pero no para hablar sino de lo impresionado que le dejó su apariencia.
- ¿Qué sucede, bro? - consultó revolviendo, en forma de saludo informal, el suave cabello dorado de quien tenía al frente.
- Nada. - contestó con las mejillas salinas, había dejado de llorar porque se sintió extraño de mirarlo, le pareció que nunca había visto a alguien tan lindo como él y sus ojos oscuros, parecía amable y por sobre todo admirable, le gustaría ser como él ahora, sin dudarlo.
- Vale. - respondió sin saber muy bien si debía o no abordar el tema. - ¿Te molesta? - consultó mientras seguía fumando, incómodo por la posición, su cigarrillo de marihuana.
- ¿Qué cosa? - respondió Paul con su voz que a veces seguía aguda y otras parecía tornarse grave.
- Que me quede aquí mientras termino esto. - dijo apuntando a lo que había en sus labios casi fucsias.
- No. - respondió con ganas de seguir mirándolo.
Ya pronto el llanto pasó a ser una risa, Paul no sabía por qué y a Daniel esa pequeña maldad le hacía un poco de gracia. Sacó el alfiler de gancho que sujetaba su corbata y lo utilizó para no quemarse los dedos. Una vez terminado utilizó su mano para arreglar el cabello que el mismo había desordenado.
- No te quedes mucho debajo de una mesa o te vas a quedar pequeño, niño. Nos vemos - dijo emprendiendo camino, Paul asomó su cabeza para verle y sonrió.
Salió de allí, pero la imagen del chico más grande no salió de su cabeza y fue lo último que pensó antes de dormir.
Al siguiente día las cosas no mejoraron, solo corrió a aquel lugar, claro que no quería que ese chico tan cool lo viera llorar de nuevo, pero no tenía donde más esconderse, rezaba en su corazón por no volver a encontrarselo, pero él no lo vió llorar, solo lo abrazó. Hasta que cayó dormido. Daniel se sonrió para sí mismo, se sentía ridículo cuidando de un niñito que ni conocía, puso su mochila bajo la rubia cabellera y le cubrió con su blazer mientras enrollaba prolijamente su marihuana.
Una risa estridente y desconocida hizo que Paul despertara, se incorporó y vió que quién reía era claramente un gótico, por la piel tan blanca y los ojos tan delineados, acomodaba su veston de tal forma que al poner ese crucifijo grueso encima, le hacía parecer una especie de autoridad eclesiástica, fumaba un auténtico cigarro, el cuál dejaba de lado cuando Daniel le convidaba del suyo.