Puedes hacer cualquier cosa mientras tengas el dinero suficiente, ser excéntrico, recibir Buenos tratos o al menos uno cordial.
En la sociedad capitalista, sobre todo la neoliberal, todo se acababa cuando el dinero lo hacía o se hacía efectiva la simple caducidad de un contrato, la noche de hotel, el paquete turístico, la amabilidad del botones y del mesero después de un "gracias" acompañado de una sonrisa.
Carlos lo sabía, sabía que si un día perdía todo lo material los únicos que lo saludarían serían sus padres, sus hermanos, sus hijos y quizás, solo si el amor que profesaba resultaba ser cierto, la espectacular esposa trofeo a la cual había pedido matrimonio en París frente a la Torre Eiffel, pero de momento, ahora que las cosas marchaban bien, podía acceder al cariño momentáneo del joven rubio al que acudía los días martes, adoraba lo limpio y perfumado que llegaba a cada cita, pero más le gustaba el rostro destruido de ojos enrojecidos después de cada encuentro, el sudor que pegoteaba sus cabellos dorados a su rostro rosado pálido y, sobre todo eso, cerrar los ojos acurrucado en su regazo, recibiendo esa pequeña caricia pagada en su rostro, la piel tibia y sudada de sus piernas se pegoteaba en su rostro, mientras cerraba los ojos dispuesto a dormir un rato.
Carlos creía, o más bien se decía, que su esposa era fría. Eso podía ser verdad o mentira, pero lo cierto es que en su mente, su cabello y sus ojos oscuros no se comparaban a la luz de unos ojos azules que parecían brillar rabiosamente, ni a la forma en que la iluminación se reflejaba en el pelo rubio.
La única forma de que se arrepintiera de sus pecados era ser descubierto, entonces pretendería que todo había sido un error o un accidente, pero por dentro sabría que había disfrutado de cada placer prohibido.
Paul también sabía que el dinero puede darte todo lo que la dignidad no. Vendiendo su cuerpo conseguía cada noche un lugar donde dormir, un desayuno bufé por la mañana y dinero para pagarse la universidad.
Solo tenía que fingir un poco de empatía. A sus clientes no les importaba si estaba o no estaba excitado o feliz, miraba a la pared con los sentidos completamente entumecidos esperando como un burócrata la finalización del trámite y cuando el cliente se iba, podía estudiar un poco y luego dormir alejado del concreto frío de Los Angeles.
A veces compartía una línea de coca con alguno, otras incluso lo llevaban a cenar, Carlos solo le pedía eso, dejarse romper y luego, después del sexo, entregarle total ternura y cuidados, sin embargo, sus usuarios favoritos eran las mujeres de mediana edad, treinta, cuarenta, cincuenta años, ellas podían ser completamente maternales, mientras le permitían acomodar su cabeza entre medio de sus pechos de forma juguetona, pero a la hora de los hechos solo querían sexo salvaje, un ir y venir sin frenos, a veces solo tenía que reposar sobre el colchón y dejarse hacer, otras guiarse por una voz que ordenaba que siguiera haciéndolo de esa forma, que siguiera estimulando justo ese lugar, no querían cariño ni arrumacos, solo un juguete de piel tersa y órganos tibios.
Hoy tocaba la del día jueves, con sus cabellos y ojos oscuros se le hacía maravillosa, ella sabía que mientras pudiera ser complaciente con su marido y fingir suficiente amor, mientras fuera una buena madre para sus hijos, podría obtener el dinero que quisiera y el dinero permitía obtener grandes y juveniles placeres sin importar el paso de los años o placeres pequeños como un jueves de spa entre amigas, en ese hotel que Carlos, su marido, sabía que daba un excelente servicio.