Renjun se despertó desorientado y confundido. Por un momento no pudo recordar dónde estaba. No tenía ni idea de lo hermoso que parecía, con el cabello rubio despeinado, las mejillas rosadas, los labios enrojecidos y los ojos turbios de sueño. Jeno se sentó en el escritorio leyendo su libro. Renjun se incorporó lentamente, balanceando las piernas sobre el lado de la litera.
La luz a través de la ventana le dijo a Renjun que era tarde en la tarde. Se frotó aturdidamente los ojos. Se sorprendió de cuánto tiempo y qué tan bien había dormido. Habían pasado días desde que había dormido, el temor y la ansiedad por su encarcelamiento pendiente lo que lo hacía imposible.
Inmediatamente empezó a disculparse por cuánto tiempo había dormido la siesta, pero Jeno le cortó con un movimiento de cabeza.
—Tú obviamente necesitabas el descanso.
El pensamiento se le ocurrió a Renjun de que Jeno se había quedado y vigilado a Renjun mientras él dormía cuando él podría haberlo dejado fácilmente solo y vulnerable en la celda. Pero no lo había hecho. Simplemente se había quedado a su lado y lo había protegido mientras estaba más vulnerable.
Renjun no sabía qué pensar en eso. Jeno le arrojó un gorro oscuro.
—Cierra tu chaqueta.
Renjun hizo lo que le dijeron y luego tiró del gorro por encima de su cabello rubio, aplastando las mechas mullidas hasta su cabeza. No se dio cuenta de cómo le hacía parecer aún más pequeño y más joven, rizos rubios asomándose por la tela oscura en la base de su cuello y detrás de sus orejas rosadas. Sus ojos brillaban como estrellas en un cielo de verano. Miró hacia arriba para la aprobación y Jeno gruñó en molestia. Renjun no entendía por qué.
Lo siguió desde la celda, con cuidado de mantenerse cerca pero no demasiado cerca. Jeno bajó por el bloque de celdas y salió al patio.
Renjun jadeó mientras cruzaban las puertas dobles y una ráfaga fría de aire lo golpeó en la cara. Al instante se alegró de que Jeno le hiciera subir la chaqueta antes de salir porque, de lo contrario, habría perdido todo su calor duramente ganado, inmediatamente.
Tiró del gorro más abajo de sus orejas y luego metió las manos en los bolsillos. El viento frío seguía recorriendo la delgada tela que cubría sus piernas, pero la chaqueta al menos lo cubrió hasta la mitad del muslo. El chico casi de inmediato estalló en escalofríos de cuerpo entero. Jeno sólo llevaba un cortaviento ligero sobre su mono, pero su piel parecía impermeable al frío.
Renjun observó cómo se dirigía a un grupo de hombres sentados alrededor de una mesa. De inmediato se pusieron de pie de un salto y reconocieron a Jeno. Jeno asintió y entregó cigarrillos. Renjun miró torpemente desde unos pocos metros de distancia. Se sintió invisible y luego deseó que realmente lo fuera cuando alguien finalmente lo reconoció.
Uno de los presos sacudió la cabeza hacia Renjun.
—Por fin te has conseguido un chico dulce, ¿Eh? ¿Cuál es su nombre?
Renjun permaneció en silencio, mordiéndose el labio, con los ojos bajos. Toda la atención estaba en él ahora, escudriñando y evaluando su forma pequeña y rasgos delicados. Jeno los dejó mirar. Tomó mucho para contestar. Su rostro parecía haber sido tallado en piedra.
Tomó una calada de su cigarrillo y luego habló, con el humo arrastrándose por los labios.
—Él es mío.
Su voz era fría y llena de finalidad y los hombres la aceptaron. Sus ojos se alejaron inmediatamente. Al parecer, él les había dicho todo lo que importaba, aunque ni siquiera se molestó en decirles su nombre. Renjun se dio cuenta de que su nombre ya no importaba.
