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Im Nayeon sabía que estaba mal cruzar las puertas de aquel restaurante de sushi, pero aun así lo hizo

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Im Nayeon sabía que estaba mal cruzar las puertas de aquel restaurante de sushi, pero aun así lo hizo.
                     
Quería hablar con Yoo Jeongyeon.

Tenía un sentido del humor extraño y hablaba de vaginas como si fuese un típico tema de conversación entre desconocidas, pero se sentía cautivada por su belleza y por su forma de ser. Jamás había conocido a una persona tan llena de confianza, con movimientos tan elegantes y sentimientos tan enigmáticos.
                 
Buscó a la chica con la mirada y no tardó en encontrarla. Estaba sentada justo en el centro del lugar, apoyando los codos sobre la mesa y colocando su rostro sobre sus manos, manteniendo la mirada en uno de los bonitos cuadros de la pared con las facciones completamente inexpresivas.

Nayeon sintió un leve apretón en su pecho al darse cuenta de que no era la única que notaba la majestuosa presencia de Jeongyeon en aquel lugar. Había más de diez hombres fijando la mirada de forma nada disimulada en ella, y esto la hacía arder en su interior, aunque las razones de aquel incendio eran claramente desconocidas.
                 
La tatuadora finalmente logró llegar al lugar que Jeongyeon ocupaba y se sentó frente a ella. De inmediato notó que los ojos de los hombres también comenzaban a recorrer su cuerpo, y la misteriosa chica de las libélulas tatuadas sonrió complacida ante esto.
               
Fue así como la rubia comprendió que Jeongyeon había elegido aquella mesa justamente por aquel motivo: Le gustaba que la admiraran. Le gustaba que los demás se dieran cuenta de su incomparable belleza.                  

Nayeon suspiró. Ella siempre elegía la mesa del rincón.
                  

—Sabía que vendrías —Susurró, y parecía un tanto aburrida mientras hablaba. La estaba observando con sus penetrantes ojos miel, los lentes de sol colgando del bolsillo de su chaqueta de cuero—, por eso me ocupé de ordenar por ambas. Espero que no te moleste.              

—No me molesta —Confirmó, y era cierto. Le encantaba el atrevimiento de Jeongyeon, y también lo autentica que era. No cambiaba para impresionarla. Ella era impresionante.

                     
Le gustaba eso de ella.
                    

—Bien —Dijo con una sonrisa antes de mover su cabeza levemente a la derecha, despegando sus ojos de los de Nayeon y concentrándose en algo detrás de ella.
                    

Im Nayeon buscó con su mirada lo que Yoo estaba viendo se encontró con un hermoso panda deslizándose por los árboles de bambú perfectamente pintados sobre un lienzo. Era el cuadro que la chica había estado admirando antes de su llegada.               

—... Yo lo pinté —Reconoció con orgullo, y cuando Nayeon se giró para verla la descubrió sonriendo. Y aquella era una sonrisa de verdad.
                    
—No pensé que te dedicaras a la pintura —Murmuró amablemente con una sonrisa mientras se fijaba en los dedos de la chica, los cuales seguían sirviendo de apoyo para su cabeza. Pensó en cuántos cuadros habían pintado aquellas pequeñas extensiones pálidas, en cuántas veces aquellos dedos habían trabajado horas y horas para hacer obras como aquel panda que apenas recibía atención—. Pensé que eras una mujer con otro tipo de... negocios.
                    
Por otros negocios se refería a dueña de grandes empresas o, incluso, algo afiliado con el narcotráfico.                    

❝ La Tatuadora de Libélulas ❞ ²ʸᵉᵒⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora