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 Las cosas en casa no fueron mejores

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 Las cosas en casa no fueron mejores.
                   
Nayeon llegó completamente destrozada. Intentó llorar en silencio de camino a su habitación para que nadie la escuchara, y durante quince minutos lo único que pudo hacer fue sollozar contra su almohada.
                   
Lloraba por su corazón roto, por ella, por Juhno, porque tenía un montón de cosas en la cabeza. Lloraba porque quería llamar a alguien, pero al mismo tiempo sabía que Jeongyeon se lo había prohibido por una razón.
                     
Lloraba porque le dolía, pero sabía que no podía comparar nada de eso con la forma en la que Jeongyeon se sentía.
                   
No sabía cómo ella se sentía.
                   
Se preguntó cuántas veces una situación como esa había afectado la vida de la castaña. Se preguntó si alguien lo sabía. Se preguntó cuántas cosas escondía.                   
—¿También has tenido un mal día?
                     
Habría reconocido la voz de Jihyo en cualquier lugar o situación, pero debía admitir que el tono triste acompañando sus palabras no era algo típico en ella.          
A veces Nayeon olvidaba que las otras personas también podían tener días malos.
                     
—¿Quieres un abrazo? Yo necesito uno también —Ofreció la mayor, quien lloraba bajo las mantas de la otra litera inferior.
                   
La rubia corrió hacia ella. Sabía cuánto podía ayudar a un abrazo, y en esos momentos ambas parecían necesitar mucha ayuda.
                   
—¿Por qué lloras, Jihyo-yah?

                   
Preguntar también ayuda. Lo sabía.

                   
—Si tú me dices tus razones yo te diré las mías.                     

Nayeon suspiró y se limpió las lágrimas. Era un buen trato para ella, y no podía negarse ante uno en esa situación en la que se sentía tan culpable y destrozada.
                   
Si tan solo no hubiese ido ese día.
                   
Si tan solo no hubiese aceptado ese jugo de cajita.
                     
Si tan solo no hubiese tirado de la chaqueta de aquel hombre.
                   
Todo era su culpa. Lo sentía. Aun así, Jeongyeon había estado dispuesta a protegerla de Juhno.
                   
Era su culpa. Lo sentía. Aun así, quien sufría no era ella.
                   
—Es Jeongyeon.
                   
Aun no quería hablar del resto. No estaba lista para ello.
 
                 
—¿Y tú por qué lloras?

                     
La pelirroja la miró, y había un corazón roto en sus ojos.
                   
—Daniel y yo terminamos.

                    —Daniel y yo terminamos

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❝ La Tatuadora de Libélulas ❞ ²ʸᵉᵒⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora