Capítulo 9 (y último)

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—No soy Rebeca —dijo Irene observándolo—. ¿Puedo pasar?

—¿Qué quieres? —dijo él sin apartarse de la puerta.

—Saber cómo estás —contestó más suave.

—Si te interesara, hace días que podrías haber preguntado.

—No seas borde e invítame a una cerveza —dijo ella colándose en casa. Él levantó las manos, exasperado.

Irene fue hacia la nevera y se sirvió una cerveza del pack que había comprado Josh. Luego, se sentó en el sofá.

—Tú tranquila, como si estuvieras en tu casa —dijo irónico. Cogió otra cerveza y se apoyó en la pared, mirándola.

—¿No te vas a sentar?

—¿Qué quieres, Irene? ¿A qué has venido?

—Bueno, supongo que te debía algún tipo de explicación. Y sí, sé que debía haberte llamado. Al menos, para saber cómo estabas, pero Rebeca me fue informando. Y llamé al hospital.

—Me alegro por ti y tu conciencia, si así está más tranquila. Ahora que sabes que estoy bien, te puedes ir.

—¿No quieres saber qué pasó con los mafiosos?

—Me da igual, ya me llevé un balazo, paso de todo ello.

—Lo siento mucho, Josh —dijo ella moviendo la botella entre sus manos—, detenerlos ha sido muy importante para mí, ¿sabes? Y después tuve que irme a Praga, porque mi jefa quiso que llevase la redada de su oficina. Esa misma noche volaba hacia allí.

—Que sí, Irene, que son muy buenas excusas, tu trabajo y lo demás, el bienestar de los ciudadanos, todo eso me parece perfecto. Y al final, solo nos acostamos, que no teníamos nada.

Ella dio un respingo ante la dureza de sus palabras. Se levantó para dejar la botella de cerveza en la encimera de la cocina. Se quedó delante de él y se miraron con fiereza.

—De verdad que lo siento. Las circunstancias han sido... complicadas.

Josh bajó la cabeza para no responder y ella salió de la casa, sin decir nada más.

Él se enfadó. Con ella, consigo mismo. ¿De verdad se creía que no sentía nada por ella? ¿Habían bastado una corta convivencia para saber que él quería más? Dejó la botella junto a la de Irene y salió al balcón a despejarse. El día, a pesar de ser finales de septiembre, era muy cálido.

Se hizo algo de comer. Tampoco es que ella sintiera nada por él. Si hubiera sido así, se habría quedado, quizá insistido, o lo hubiera besado. Entonces él respondería. Sí. Respondería de verdad. Le gustaba, vale, lo reconocía, no solo físicamente, sino también su sentido del humor, su forma de pensar. Esos momentos de conversación, sintió que conectaba. Claro que había sido en una sola dirección, porque ella no debía pensar lo mismo. Para Irene solo fue un sospechoso, en primer lugar y luego un cómplice, un ayudante para su misión.

Dejó el tenedor asqueado y se echó en el sofá. Había sido una mala idea venir a la casa tan pronto. Demasiados recuerdos.

Recogió la domótica que quería desmontar y la dejó preparada para marcharse esa misma tarde, aunque primero... quería pasar por la cascada. Quizá todavía podría bañarse en el pequeño lago, entrar en esa cueva donde pasó buenos momentos juveniles. Era lo único que le faltaba para despedirse y puede que no volver en una buena temporada a la casa. Le daba pena por su tía Rebeca, pero ya hablarían por teléfono.

Cogió la moto y la bolsa con la toalla y una botella de agua y se fue hacia la cascada. Como siempre, el paraje era precioso, con el salto de agua, algo menos abundante por la falta de lluvia, pero siempre bonito.

Una historia de amor realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora