D i e z.

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Mi franco había llegado y claramente, Lisandro, estaba insistiendo en que nos viéramos. Únicamente nosotros, cómo si fuera una cita. Acepté un poco dudosa, ya que quería pasar mi franco con Lauti, pero mi pequeño hijo; dijo que no tenía problemas en que saliera con el campeón del mundo.

Me había comentado, en que sería en un restaurante, por lo tanto; debía de ir lo bastante bien vestida y elegantemente.

Noe se quedaría ésta noche con mi hijo, por ende; me ayudaba en buscar un buen vestido para llevar.

— ¡Charán! — dijo mi amiga, mientras me mostraba uno color negro.

Era bastante corto, pero no tanto cómo para mostrar mi trasero, era sumamente apretado al cuerpo, pero no me convencía del todo.
No soy una mujer en la que vive cuestionando su cuerpo, ni mucho menos con poca autoestima. Al contrario, me sentía muy satisfecha conmigo misma, además de haber tenido a Lauti, había quedado demasiado bien, luego del embarazo.

Acepté el vestido y me lo puse para probármelo. Eran las ocho de la noche y a las nueve, venía Lisandro por mí. Noe me ató el cabello en un rodete, ya que lo tenía húmedo por recién salir de la ducha, me miré con aquél trapo ajustado en frente del espejo y sonreí.
Me veía bastante bien, no lo negaba. Mi amiga sonrió y buscó el secador de pelo, para terminar de ayudarme.

Me hizo una coleta demasiado alta y yo terminé de maquillarme con algo bastante sencillo, para no arruinar el look que tenía con el vestido, que también era sencillo.

— Estás hermosa, Charito. — dijo mi mejor amiga, para sonreír detrás de mí. Me di media vuelta y la abracé.

— Te amo mucho, bebé. Gracias. — hablé, mientras nos separábamos.

Mi celular sonó y claramente era él, porque ya era la hora de pasarme s buscar.

Saludé a mi amiga y luego a mi pequeño hijo que se encontraba viendo videos en la sala.

Salí del edificio y ahí estaba su auto blanco, él se encontraba a un lado de el, apoyado en la puerta del acompañante, con ambas piernas cruzadas y con el celular en la mano.
Llevaba puesto, una remera blanca completamente lisa, un saco desprendido negro por encima y pantalones del mismo color que la última prenda anteriormente dicha.
Estaba demasiado guapo.

Él me miró y guardó el celular rápidamente, sonrió y yo hice lo mismo mientras me acercaba a él. Le di un beso en el cachete y él hizo lo mismo.

— Fuaa, estás re linda. — halagó, aquellas palabras hicieron que mis mejillas ardieran, menos mal que ya tenía puesto un poco de rubor.

— Ay, gracias. Igual vos, muy lindo. — respondí, mientras con una de mis manos libres, planchaba la parte delantera del borde de su saco.

— ¿Vamos? — preguntó y yo asentí rápidamente.

Me abrió la puerta y subí. Me sentía toda una reina. Lisandro rodeó el auto y se subió a la par mía.

— ¿Lista? — preguntó, para encender el auto.

— Lista. — dije, luego de ponerme el cinturón de seguridad. Él asintió y arrancó para emprender camino hacia el lugar de destino.

Luego de varios minutos. Lisandro estacionó el auto en el subsuelo del lugar, salió del auto y corrió por el alrededor, mientras yo me sacaba el cinturón de seguridad, me abrió la puerta y me tendió su mano, reí apenas, se la tomé y bajé.

Lisandro activó la alarma del auto y seguimos caminando hasta el restaurante que quedaba arriba.

Llegamos aún tomados de las manos y en la puerta, había una mujer de pie con una enorme sonrisa.

— Disculpen. ¿Tienen reserva? — preguntó y yo miré al jugador, esperando su respuesta.

— Si, a nombre de Lisandro Martínez.— respondió.

Su rostro no era el mismo de hacía unos segundos atrás en el subsuelo, ahora era bastante neutral, no me molestaba, es más, se veía más fuerte de lo que estaba.

— Pasen, mi compañera les indicará dónde tomar asiento. — habló amablemente y ambos caminamos, mientras seguíamos tomados de la mano.

En ningún momento mostró la intención de soltarme y mucho menos cuándo nos dirigieron a nuestra mesa. Él corrió mi silla para darme lugar para sentarme, lo hice y ahí, nuestras manos se despegaron.
Él también tomó asiento y ambos nos acercamos más a la mesa.

Di una vista lenta de cada persona en el lugar y claramente era lujoso, todos estaban vestidos para una gala, en cambio, yo había ido lo bastante natural, pero estaba al cien por ciento segura, que me veía espectacular.

Lisandro sacó su celular del bolsillo y lo dejó encima de la mesa, yo dejé mi cartera de mano también y me miró, regalandome una hermosa sonrisa de dientes perfectos a la vista.

— Estás muy hermosa, posta. — volvió a halagar, mientras acariciaba mi mano por encima de la mesa. Yo le sonreí.

— Gracias, aunque no sé si vine bien para la ocasión. — dije un tanto divertida.

— Estás de diez. Mirá la rubia que está allá. — dijo señalando apenas, yo volteé lentamente para no llamar la atención. — Esa piba debe de tener tu edad y la cagas a palos. Es  más, vino vestida cómo viejita. — habló y ambos reímos.

— Basta. Parecemos las viejas del barrio que le sacan el cuero a las otras. — dije, mientras le daba un leve golpe con mi mano en la suya. Éste rió.

La carta llegó y él me alentó a pedir lo que quisiera. Aunque una botella pequeña de agua, saliera dos mil pesos. Lisandro estaba completamente loco en traerme acá, pero me dijo que eligiera por la comida y por lo que mi estómago pedía, sin mirar ni siquiera el precio, pero me era imposible.

— ¿Les tomo el pedido? — preguntó amablemente el chico de mi lado.

— Sí, yo voy a querer ésta carne braseada con la guarnición de papas fritas y una ensalada de zanahoria. — pidió, ambos terminaron de mirarme.

— Ammm, yo.. — dije para darle un rápido vistazo a la carta. Lisandro me hizo una seña con la cabeza, haciéndome recordar lo que  había dicho anteriormente.

''Elegí por comida, no mires el precio."

Y así lo hice.

— Quiero sorrentinos a la crema con champiñones salteados. — hablé y Lisandro asintió asombrado por el pedido.

— Perfecto. ¿Algo para tomar? — preguntó nuevamente, luego de anotar todo en su pequeña libreta.

— Traéme el mejor vino que tenga la casa. — dijo el jugador, éste asintió y se fue. — ¿Sorrentinos? — preguntó con una risilla.

— ¿Qué tiene? — pregunté un poco nerviosa.

— ¿Querés hacerme tiritar la tarjeta? — preguntó y yo abrí mis ojos bruscamente, causando la risa de él.

— Yo...

— Sólo te estoy jodiendo. — habló,  para luego reír y acariciar mi mano de nuevo.

— ¿En serio? — pregunté un poco tímida.

— Posta. — respondió, para luego guiñarme el ojo.

Lugar seguro. |Lisandro Martínez|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora