Sueños negros

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Aquel día fue el momento más feliz de su vida. Después de batallar durante más de seis años hasta llegar a la última materia, noches sin dormir, sacrificar tiempo con su familia y amigos, llegó el momento para Gerardo de rendir la última materia para recibirse de médico en la Universidad Nacional de La Rioja.

Se preparó arduamente para rendir, con una anticipación de tres meses. Fueron los tres meses más largos de su vida. Encierro en su cuarto, cafés por la noche, apuntes, libros, toma de notas, ir al baño en reiteradas ocasiones sobre todo en los días previos al examen, fueron sólo algunas de las incómodas situaciones que le tocó vivir al protagonista. Su madre le llevaba la comida todos los días, tanto a la hora del almuerzo como la cena. Durante esos tres meses, prácticamente no vio la luz del Sol.

El día de rendir llegó. En los momentos previos a ir a la facultad, se abrazó con su familia como si se estuviera despidiendo de ellos para siempre. Tanto así que olvidó salir para la facultad con tiempo. Por suerte, la facultad estaba ubicada a dos cuadras de su casa. Agarró su mochila y salió corriendo. Llegó transpirado de pies a cabeza. Cuando llegó se encontró con sus compañeros, quienes al verlo, pensaron que había estado llorando.

–¡Gera! ¿Por qué llorás? –Preguntó un compañero.

–¿Eh? No estoy llorando. Lo que pasa es que vine corriendo y me transpiré todo.

–Ahhh bueno. Mucha suerte –le dijo, mientras se daban un apretón de manos.

Cuando entró para rendir, debió comenzar desarrollando un tema completo, lo cual se hizo eterno para el joven. Por desgracia, había olvidado llevarse una botella de agua. Esto último le pasó factura. Mientras exponía, sentía que se quedaba sin saliva con el paso del tiempo. Sin embargo, el tribunal evaluador lo detuvo y le dijo que su exposición había sido excelente. Su nota fue un 10.

Cayó al piso de rodillas mientras extendía sus dos brazos con lágrimas en sus ojos. ¡La recibida llegó, luego de tanto sufrimiento! Se levantó y se abrazó con el tribunal docente que lo evaluó. Cuando regresó a su casa, se convirtió en fiesta. Días posteriores al examen se bebió muchísimas latas de cervezas y fernets con Coca Cola. Además, sus padres le regalaron un voucher para que se vaya de viaje a Brasil.

Y así fue. Se fue un mes a la ciudad de Recife a disfrutar de las playas paradisíacas de esa ciudad, pero desconociendo el detalle de que los tiburones merodeaban por esos mares.

De todas maneras, regresó a La Rioja con la mente cambiada. Ya lo tenía decidido: quería mudarse a esa ciudad y ejercer su profesión allá. Trabajaría un tiempo en La Rioja para ahorrar y cuando disponga del dinero suficiente se tomaría el avión.

Para ganar experiencia, comenzó trabajando en hospitales públicos de barrios carenciados de su ciudad natal. Atendió pacientes de todas las edades. Sin embargo, el salario que ganaba no le permitía ahorrar para su viaje. La inflación crónica en Argentina hacía que fuera cada vez más difícil ahorrar, el dólar cada vez valía más caro y también el real brasileño.

No sabía qué hacer para remediar esa situación. Sus padres tampoco podían ayudarlo.

Entonces se dio cuenta de que debía conseguir la plata por otros medios. Hacía algunos años Gerardo había sido un coleccionista empedernido de videojuegos y tenía en su casa cualquier cantidad de videojuegos de todas las épocas, pero hacía tiempo que había dejado de usarlas. Por esta razón, decidió vender todo y embarró sus redes sociales de publicaciones de consolas y juegos a la venta.

Pero los compradores no aparecieron de la noche a la mañana. Cada tanto, una vez cada mes, había alguien que le escribía para consultarle, pero la cosa no pasaba de ahí. Los clientes daban más vueltas que una chica de Tinder.

El tiempo pasaba y la inflación aumentaba. El precio de las consolas y juegos cada vez se devaluaba más y más, día a día, mes a mes. Los compradores no llegaban. Su sueño de ir a vivir a Recife se escurría como agua entre las manos. Para colmo de males, su familia se vio envuelta en problemas económicos graves luego de que su padre apostara mucha plata en el Casino y perdió. Estaban casi en la calle. Mientras tanto, Gerardo siguió trabajando de médico y su salario debió ayudar a su familia, que lo había perdido casi todo. La situación iba empeorando cada día. Lo único positivo es que tenía un techo dónde dormir, pero estaban cada vez más pobres.

Finalmente, Gerardo entendió que tenía que colaborar con su familia y que su sueño de irse a vivir a Recife no podría cumplirse.

Cinco cuentos en cinco díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora