El mensaje

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La alarma del teléfono lo despertó de inmediato. Con sus piernas pateó la sábana de tal forma que se salió del colchón de la cama. Apagó la alarma con una gestualidad que pareció decir "callate forro". Se frotó los ojos, que no estaban dispuestos a abrirse para ver por completo la luz del día.

Se dirigió al baño para lavarse la cara. Miró al espejo y esto sí lo hizo abrir los ojos y también levantar las cejas casi hasta el cuero cabelludo. Por si fuera poco, el espejo no le devolvió sus gestos y movimientos. Lo que el espejo le devolvió fue la imagen de un hombre canoso. Tenía poco pelo y su barba le llegaba hasta el pecho. Con anteojos en la punta de su nariz a punto de caerse, esta figura lo miraba, serio.

–¿¡Quién sos!? –Preguntó, paralizado.

–Tranquilo joven. Soy vos mismo.

De tener cara de susto, Eliam pasó a tener mirada perpleja.

–¿Eh?

–Sí. Estás viéndome por tu espejo porque he venido a verte. Soy tu yo del futuro.

–No entiendo. ¿Por qué estás acá? –Preguntó Eliam rascándose la cabeza.

–No estás bien. Quisiera ayudarte.

–¿En qué me puede ayudar un viejo que no sabe ni mi nombre?

–¿Ves? En eso te quiero ayudar. Te he dicho que soy tu Yo del futuro. Me llamo Eliam como vos –le reprochó el extraño hombre. –Sé que no estás feliz. No tenés ni la mitad de la vida que quisieras tener. Quiero ayudarte a cambiar eso.

–¡Mentira! –Gritó Eliam. –Yo soy muy feliz con la vida que llevo –.

–En tu comportamiento parece lo contrario. ¿Viste cómo me contestaste?

Eliam escuchó esas palabras y sintió una fuerte presión en el pecho. Acto seguido, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas para pasar por el mentón y caer en su ropa.

–Estás muy sólo. Tenés poca conexión con el mundo. Te quedan muy pocos amigos. Tu trabajo no te llena. Tenés que cambiar eso –le explicó su yo del futuro.

–Sí. Es cierto. Lo que decís es cierto. Tengo pocos amigos que a penas me soportan y mi trabajo no me gusta para nada. Además de que no me ayuda a avanzar.

–Así es. Yo nunca en mi vida pude hacer algo que me guste y me haga feliz. Por eso ahora vivo en la pobreza, con una jubilación miserable.

–¿Enserio? Pero, ¿por qué?

–¡Porque no hice lo que me hizo feliz! –Dijo el viejo, molesto. –Mirá como te grito –.

Eliam se dio cuenta que este anciano con el cual charlaba mirando su espejo quería decirle algo, quería darle algún mensaje, pero no lograba descifrar cuál.

–Escuchame, sé que me querés decir algo. ¿podrías decirme de una vez por qué estás ocupando mi espejo?

–¡Muy bien! ¡Felicitaciones! Veo que estás entendiendo.

Eliam notó el tono irónico del viejo.

–A ver, nene. Prestá atención a lo que te voy a decir. Vine a hablar con vos del futuro. Yo soy infeliz, por eso este tono desagradable con el que te hablo. No hice lo que me hacía feliz y hoy vivo de una manera miserable. Vos también tenés una vida infeliz, pero a diferencia mía, sos un pibe joven y estás a tiempo de cambiar tu destino. Si ponés los huevos sobre la mesa y empezás a vivir la vida que querés para vos, en el futuro podrás convertirte en un hombre feliz y triunfador, de lo contrario, terminarás como yo, infeliz y en la miseria.

Eliam no podría creer lo que sus oídos estaban escuchando. Se quedó blanco como una hoja de papel. Entonces, le preguntó a su yo futurista: –¿Qué debo hacer para cambiar mi destino?

–Bueno, a vos te gusta escribir, ¿cierto?

–Sí.

–Y el sueño de tu vida es ser escritor, ¿verdad?

–Pues... sí. ¿Cómo sabés eso?

El hombre golpeó su frente con la palma de su mano y le dijo, enfadado: –¡Porque ese también era mi sueño de joven! ¡Nunca pude cumplirlo porque nadie me apoyaba, todos me decían que nunca llegaría, que eso es sólo cosa de unos pocos privilegiados!

–¡Sí! Eso es lo que me dice la gente a mí. Por eso decidí dejar de escribir.

–Gran error, estimado Eliam. No podés dejarte llevar siempre por lo que te diga la gente que te rodea.

–Pero, ¿qué tengo que hacer entonces?

–Tenés que esforzarte por lograr ser un escritor.

–Sí, bueno... yo tengo guardados en el cajón varios cuentos escritos que he mostrado en talleres y siempre me han mandado a seguir corrigiendo.

–¡Mostrá tus cuentos al mundo Eliam! Si los tenés escritos desde hace mucho tiempo, hacelos públicos, que la gente pueda leerte.

–Pero en los talleres me mandaban a corregirlos a cada rato.

–Los coordinadores de talleres lo que hacen es empujarte a releer lo que escribís y tratar de pulir tus escritos. Pero la decisión de dar un relato por terminado es tuya, nadie lo va a decidir por vos. Mirá Eliam. Me voy. Lo último que te voy a decir es lo siguiente: no dejes que nadie te pise tus sueños.

De repente, El anciano se evaporó como agua en estado gaseoso y allí vio, nuevamente, a su reflejo, que le devolvía sus gestos y movimientos.

Cinco cuentos en cinco díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora