Capítulo 1

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Inglaterra 1525.


Sus ojos verdes se iluminaban ante la luz de las llamas de la chimenea, el frío había arropado con su blanco manto las colinas de su nuevo hogar. Era extraño sentir esta paz después de haber pasado tanto tiempo bailando entre las llamas de la desesperación.

Se levantó del sillón escarlata junto al gran ventanal con el paso que su estado le permitió y con sus manos alisó su vestido negro para matar las arrugas que se acumulaban como gotas de lluvia en pleno verano. Por un segundó deseó poder hacer lo mismo con su quebrantada alma.


El apesadumbrado clima le recordaba que odiaba esta época en Inglaterra, era opaca y triste cuál era su corazón luego de la llegada a estas lejanas tierras.


Luto... Negro y oscuro, quien era su fiel compañero en el caminar de los últimos años y le había ayudado a madurar dejando atrás a la Candy que un día fue.


El brillo de su sortija de matrimonio le recordó que estaba sola, más que nunca antes. Sin embargo, su abultado vientre le daba la bienvenida a una nueva esperanza, que le ayudaba a sostenerse en pie ante los recuerdos de un ayer que le había marcado intensamente.


Caminó a la mesa y tomó la carta que le contaba con detalles sobre el matrimonio de quién fue una persona de suma importancia en su antigua vida. La noticia se había difundido en su tierra natal y ahora llegaba hasta ella con notas y caligrafía de quien anhelaba con fervor.


La carta informaba que "Martín se ha unido en matrimonio con Catalina", refiriéndose a la boda de aquella persona que cambió su vida, y una monja que había huido de su monasterio, quien le brindó ayuda en su escape de una muerte segura.


El recién descubrimiento de la felicidad ajena le llenaba de nostalgia de aquel tiempo junto a quién había sido el fulgor de su existencia. Unas cuantas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, pero no le importó dejarlas correr, estaba cansada de limpiarlas y pretender que se encontraba bien.


Dirigió su atención hacia la luz de las llamas y su mente se remontó a aquellos años en los que las sonrisas eran simples y el aroma a dicha resplandecía como un diamante en una debutante joven.


Tiempo atrás...


Wittenberg, Alemania. Diciembre, 1519


Con deliberación, depositó en su escritorio el fajo de documentos que sabía causaría un gran alboroto. Poco antes, habían llegado de forma discreta a su hogar con la intención de llevar estos escritos a la imprenta para difundir la verdad que socavaría el poder de aquellos que, hasta entonces, habían marginado y engañado al pueblo con el fin de lucrarse de la ingenuidad de los alemanes.


El rubio se delineó con su mirada cada una de las páginas mientras recordaba que hace ya catorce años, que su amigo muy cercano y compañero de universidad decidió ingresar al monasterio y gracias a su desempeño, alcanzó el rango de sacerdote.

En la actualidad, su gran amigo, es quien exponía la verdad sobre la falacia de un régimen clérigo que oprime al pueblo para volver a llenar sus arcas y malgastar los impuestos en fiestas lujuriosas.


Su vista giró a la firma que decoraba la primera página; cada letra le recordaba las amplias destrezas de la cual el autor contaba y cómo en estos años había logrado crear de la nada un movimiento que reformaba las creencias sociales de muchos.


— ¡Qué orgulloso estoy de ti, mi querido Martín! –susurró recordando las tantas ocasiones en las que habían compartido conversaciones sobre diversos temas. —No cabe duda que posees un doctorado en lo que te apasiona.–Continuó recordando a aquel hombre que un día, luego de un extraño encuentro y de una promesa de vida, hubo cambiado su destino y el de millares.


— Ahora más que nunca entiendo los pareceres de los que tu alma sucumbía, la angustia de tus días y cómo la necesidad de encontrar la verdad ha originado el hombre que hoy eres. –sonrió de medio lado, orgulloso de ser parte del movimiento que comenzaba a tambalear al país— Has pasado de la devoción a la rebelión, encendiendo los ánimos y propagando la revolución en las naciones –comentó para sí.


Siempre había creído que Martín debía seguir el camino de abogado, al igual que su padre le exigió años antes, tenía la certeza de que perdía el tiempo en las labores coléricas, pero ahora comprendía que su destino era mucho más amplio que las frías paredes de un juzgado.


El maltrato y las palizas que sufrió a causa de su padre no pudieron con la convicción de valores que poseía su gran amigo. El progenitor de Martin gozaba de llamarse así mismo un ejemplo de disciplina y rigurosidad cuando se hablaba de la crianza de su hijo, al término de prohibirle comer durante periodos extendidos y de hacerlo, aunque se tratase de un simple pedazo de pan, tomaba fuertes represarías contra su hijo que dejaban en su cuerpo huellas imborrables.


Martin estaba revolucionado toda una era y él, William Albert Ardley, era parte de la nueva verdad. El grito de libertad se extendía por Europa como torrentes de agua, desencadenando un eco que llegaba más allá de las fronteras de su país.


Se levantó de la elegante silla y caminó hacia la ventana fijándose de cómo el manto blanco de la nieve cubría cada espacio. El clima frío no favorecía sus planes personales, pero no le importaba, todo encajaría en su lugar con el tiempo.


El ruido de unos pasos lo alertó y de inmediato se apresuró a proteger aquello que defendería con su propia vida. Sus ojos brillaron al ver a su hermana entrar en el estudio con las manos llenas y con una sonrisa que podría calentar el corazón más frío.


– William, mira estas bellezas que recién me ha entregado la costurera. –exclamó feliz mientras colocaba varias piezas sobre el escritorio y mostraba a su hermano.


– Serás la más hermosa de todas esta noche –exclamó feliz de ver como brillaban las verdes lagunas de la joven rubia.


– ¡Siempre lo soy! –contestó en un tono que denotaba la satisfacción de saberse bella y deseada por muchos.– ¿Acaso no te has dado cuenta como todos me miran y me envidian? –inquirió sin esperar respuesta, pues se sabía bella, rica y el mejor partido en aquellos momentos para cualquier hombre que desease una buena esposa.


– Sin embargo, aún no te has desposado –atacó a su hermano a sabiendas de que era un tema que le afectaba bastante.


– Hoy es el día en que Anthony se arrodilla ante mí y te pide mi mano en matrimonio. –declaró con un destello de arrogancia en sus palabras. Había pasado un año desde que el rubio hubo dado a entender sus intenciones, sin embargo, todo se quedó pendiente y un corazón aguardando una respuesta.


– Espero, hermana, que pronto se cumpla tu anhelo. –se acercó a Candy y colocó uno de sus rebeldes rizos detrás de su oreja –Mi mayor deseo es verte, unida en matrimonio y llena de dicha.


– Ten certeza, hermano, de que este año no pasará sin que tu afán de ver mi casamiento se haga realidad —William acercó a los vestidos sobre la mesa. Eran realizados de la tela más cara que su dinero podía pagar y diseños exclusivos para la niña de sus ojos en diversos colores.


– Mi mayor anhelo es verte, unida en matrimonio y feliz –repuso en tono melancólico.– A tus 18 años, ya no puedes seguir esperando, pues yo no estaré eternamente a tu lado.

Tu incredulidad no pondrá en duda la posibilidad de un pronto matrimonio. –arremetió la rubia en un tono mordaz.

Conozco muchas jovencitas que a tu edad ya tienen dos hijos y otro de camino. –continuó tratando de hacerla enojar. Era uno de sus pasatiempos favoritos.


William caminó unos pasos hasta llegar a la chimenea, se fijó por breves segundos como el fuego ardía sin cesar. Siempre se había sentido atraído por él, no entendía cómo algo tan bello podía ser tan peligroso y devastador.


Aun en su memoria, recordaba aquellas llamas que habían ultimado la vida de sus padres.


Ahora su destino se veía arropado por otras, unas que no dejarían bien parada a su joven hermana si todo saliese a la luz.


– William, ¿Qué haces? –interrogó mientras lo sacaba de aquel trance en el que el rubio se encontraba. – Un día de estos te quemarás y yo no estaré para ayudarte.


– No exageres–pronunció en un tono divertido, tratando de alejar el sentimiento de angustia que le arropaba.


Temía que su nombre pronto apareciera en la lista de aquellos que conspiraban contra la Iglesia y que fuera catalogado de traidor y hereje, ganándole no solo el desprestigio para toda su familia, sino que también la hoguera y con ello la posibilidad de que Candy quedará en la calle.


Tenía una prioridad en estos momentos y era asegurar el bienestar de su hermana y de ser posible sacarla del país. El problema era que Candy se había encaprichado con un joven de quien sabía no haría nada por ella en el momento en que la verdad gritara a cuatro voces su directo enlace con el líder de la reforma.


El joven Brawer no tenía el carácter suficiente para levantarse frente a Elroy, la monarca de la familia, y decirle que deseaba desposar a Candice. El rubio se dirigía, al igual que los demás nobles, por ideas pasadas que no dejaban al pueblo evolucionar.


Aún recordaba el revuelo que se originó aquel 31 de octubre de 1517, cuando Martín se llenó de valor y publicó sus noventa y cinco tesis en la plaza del pueblo. Y cómo él, William, había sido partícipe de aquellas copias que llegaron a diversos nobles de Alemania.


Una sonrisa iluminó su cara al recordar la fiesta en la casa de los Lagan, la noche luego de que se difundieran como agua las noventa y cinco tesis y el miedo de aquellos nobles de hablar del tema y como temblaban al mencionar el nombre de Martín.


–Es hora de prepararte, pequeña –añadió sonriente mientras tomaba la mano de ella y dejaba un suave beso en su dorso.


– ¿Entonces el azul con el topacio de mamá? –inquirió mostrando el elegante vestido que utilizaría esa noche. Estaba segura de que hoy sería una inolvidable.


Continuará...


OoOoOoO


Comenzamos una historia que moría por salir a la luz...  Un tema difícil y en mis investigaciones descubrí tanto que por ello decidí que este es el momento de escribirlo.

La estoy publicando en la Guerra Florida...

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Un Noble Amor: Tiempo de reformaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora