02. Starry eyes

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El ruido de las ruedas del camión sobre el asfalto es casi ensordecedor. Horacio se recoloca el caso y agarra con firmeza el arma. El resto de soldados están callados, Volkov, sentado frente a él, le dirige alguna que otra mirada, pero bajo la máscara y la sombra de la noche a penas puede descifrar su expresión.

Ha pasado una semana desde que llegó a Los Santos, y Horacio debe admitir que se ha podido adaptar antes de lo que esperaba. El desalojo de la base de Chicago no fue una de las mejores experiencias, trata de no pensar en ello, pero cuando cierra los ojos, recuerda las pisadas de sus compañeros corriendo por el lugar, la marabunta de civiles que trataban de salir de la ciudad, ante la inminente derrota a manos de los Locust. Su único consuelo es haberse podido llevar a su madre con él, teniendo la posibilidad de mantenerla protegida en la nueva ciudad.

Su integración con el grupo se soldados ha resultado fácil, su personalidad es como un imán, y no es de extrañar que todos alrededor se queden por un motivo u otro. Incluso Volkov parece algo más receptivo, aunque sigue poniendo barreras a una relación más allá del compañerismo. En cuanto lo vio, hubo algo que despertó en él, su curiosidad innata se puso alerta, y supo que Volkov sería una persona interesante, que, tras esa máscara y esos ojos azules, había una historia que conocer.

Pero los momentos que vivían no daban la oportunidad de muchos momentos para conocerse, todavía están con los preparativos para el asalto al núcleo, todo su tiempo termina invertido en ello. Volvían hacia la ciudad, después de una tarde de exploración por la zona norte, pudieron erradicar un pequeño grupo de Locust separado de su "rebaño". Era extraño que actuaran en solitario o en grupos reducidos, en general, sus ataques siempre eran en grandes grupos, tal como si entre todos compartieran una conciencia colectiva. Horacio se pregunta si aquello significa algo, si esos Locust, en lugar de haberse separado por accidente, lo habrían hecho a conciencia.

—Sargento ¿Piensa quedarse ahí toda la noche?—La voz de Volkov le hizo salir de sus pensamientos.

Elevó la mirada para encontrar que el camión ya había sido vaciado, estaban dentro del hangar, Volkov esperaba fuera, con su enigmática expresión tras la máscara y el arma a su espalda. Horacio se levantó y bajó de un salto, quedando al lado del teniente.

—No vas a dejar que me escape de la guardia nocturna ¿eh?—comentó el moreno, empezando a caminar al ritmo de Volkov.

—Por ser nuevo no vas a escaquearte del trabajo.—respondió el teniente, con un tono más informal.

Con el paso de aquellos días, Volkov había empezado a ser algo menos rígido, aunque siempre que se encontraban con su escuadrón no dudaba en utilizar un lenguaje más formal, y se ganaba una mirada furiosa si él no respondía con el mismo nivel. Ambos caminaron juntos entre conversaciones triviales hasta la parte alta de la muralla, relevando a los dos soldados que habían estado allí durante el día.

La noche era fría, soplaba una leve brisa de aire helado, aunque el traje que llevaban era grande y, por consecuencia, no dejaba entrar tanto el frío, su rostro y manos descubiertas por no usar guantes sentían los efectos de este. Horacio empezó a frotarse las manos de forma insistente, tratando de hacerlas entrar en calor.

—Ten, deberías haber llevado guantes, te vas a estropear las manos así.—habló Volkov, a la vez que se quitaba sus propios guantes, ofreciéndoselos a Horacio.

El de pelinegro observó el gesto con sorpresa, hasta donde había conocido a Volkov, no había mostrado esa faceta amable. Horacio toma los guantes, sintiendo el calor que desprenden.

—¿No vas a tener frío así?—pregunta, observando las manos expuestas de Volkov.

Tiene la piel pálida, y sus manos están llenas de cicatrices, que parece hace tiempo están escritas en él.

Smoke and mirrorsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora