CAPÍTULO DIECINUEVE.

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Las horas seguían pasando y aún no sabía nada de mis demás compañeros. Me aterraba la idea de que el presidente los asesinara y yo no lo supiera hasta más tarde. La ansiedad comenzó a invadirme, haciéndome caminar de un lado para otro. Prefería enfrentar nuestro destino lo antes posible, de nada serviría prolongarlo, si al final sería el mismo resultado.

Por fin la puerta volvió a abrirse y dos guardias dorados me indicaron que los siguiera. Bajamos las escaleras hasta el primer piso y cruzamos todo el salón para poder llegar a otra enorme habitación. Donde había un comedor en el centro y varias sillas de madera. Del techo colgaba una especie de lámpara circular de metal, y alrededor los largos ventanales dejaban a la vista uno de los tantos jardines. Fui la primera en llegar, ni siquiera Nerón estaba presente, me empujaron bruscamente en uno de los asientos y se retiraron del lugar. Probablemente, los guardias aún vigilaban la salida, pero al menos el ambiente era menos tenso sin su presencia.

La mesa era larga, repleta de diferentes platillos con carnes, frutos y postres. Mi estómago rugía, pero no podía confiar en nadie ni en nada de ese lugar, así que solo me dediqué a observar con la esperanza de hallar otro cuchillo, pero solo había cucharas y tenedores.

Alce la vista cuando escuché llegar a alguien más, era Egan, lo habían despojado de su uniforme dorado y ahora vestía con pantalones y camisa negra. Estaba algo serio, pero su semblante cambió en cuanto lo sentaron a mi lado. El saber que estaba bien me tranquilizó un poco, pues su rostro comenzaba a adquirir un aspecto más saludable. Ya no se veía tan pálido u ojeroso.

―Hemos perdido― dijo, observándome con desánimo.

―Ya habías dicho algo así y al final todos logramos sobrevivir― contesté refiriéndome a cuándo nos capturaron en Terfiell

―Esto es diferente, incluso si alguno de nosotros sobrevive, tu destino ya está marcado, solo mírate ―respondió apuntando mi vestido.

Sabía a lo que quería decir, la última vez que vimos a alguien usando ese color, su corazón terminó en una daga. Yo lo entendía y estaba aterrada. Nerón siempre había ansiado por mí, por obtener su único sacrificio, y ahora yo misma me había delatado y eso no sirvió más que para prolongar lo inevitable.

―Los dos sabíamos lo que iba a pasar cuando yo llegara a este lugar. Este siempre ha sido mi destino —dije, intentando restarle importancia.

―No por eso se vuelve más fácil ―respondió acercándose ―Quizás tú ya te has resignado a morir, pero no quiero ver cómo abren tu pecho ―dijo acercando lentamente su mano bajo mi cuello, dándome tiempo por si quería impedírselo.

Mis pulsaciones se aceleraron, un nuevo sentimiento surgió en mi interior, intentaba respirar con normalidad, pero era obvio que estaba nerviosa.

―No soy yo la que dijo que perdimos― le recordé intentando escucharme normal, pero mi voz sonaba como un jadeo. Su mano aún sentía los latidos de mi corazón y, por alguna extraña razón, el gesto no me desagradó. Al contrario, su contacto me hacía sentir bien, era cálido―De cualquier manera, mi vida no debería preocuparte, nos acabamos de conocer― hablé nuevamente y tomé valor para mirarlo directo a los ojos.

―Ya lo sé, pero por algún motivo, uno que a veces me resulta irritante, me importa que estés con vida. Ya sé que eres lo suficientemente capaz de defenderte, pero a veces creo que necesito protegerte, aunque seas realmente fastidiosa e incomprensible ―dijo sonriendo.

Escucharlo decir que se preocupaba por mí, provocó una sensación extraña en mi estómago, como si de repente estuviera cayendo de un sitio muy alto y aterrizara sobre un campo de algodón. Era poco experta en cuanto a relaciones y esas cosas, y ahora mismo no era el momento indicado para serlo. Estaba asustada, porque comenzar a dudar sobre mis sentimientos implicaba la posibilidad de que Egan me gustara y hacer eso era señal de que estaba perdiendo toda mi cordura. Aun así quería que aquella sensación durara unos segundos más. Quería que su mano siguiera en mi cuerpo y nuestras miradas no se apartaran, aunque la realidad usualmente sobrepasaba todos mis deseos y sabía que al final ninguno de ellos se cumpliría.

Sangre CarmínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora