Capítulo 5

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María forcejeaba inútilmente para soltarse, pero el ruido de los carros la dejaba aun más atontada qué por la falta de aire, subió su mirada viendo a su amiga, con la cabeza hacia atrás como si no tuviera cuello, se quedó quieta unos minutos a ver si hacia algo.

De pronto hizo su cabeza hacia adelante dejando ver sus ojos desorbitados, con la boca sangrando como cascada, abrió los ojos sorprendida, podía sentir las gotas tibias de sangre cayendo sobre su frente.

María no podia gritar por el estado de shock qué tiene al verla, poco a poco se acercaba a ella con la mandíbula rota y con varios de sus dientes caídos, claramente se escuchan como si un timbre de casa está siendo tocado repetidas veces.

Cerro los ojos de golpe para entregarse a esa pesadilla, pero lo que  hizo solo fue despertarse de ese sueño.

Levantó su cabeza del suelo frío del cuarto para limpiar su cara el polvo de la habitación, restregó sus adoloridos ojos para ver a la puerta de la habitación y tomarse de ella para enderezarse.

Su oido escucho el timbre de la puerta siendo tocado sin descanso, su tristeza se acabó de golpe para salir corriendo a la entrada principal pensando en que ya la respuesta sobre su amiga ya estaba hecha.

Golpeó su dedo pequeño con la baranda, pero no le importo y bajo los escalones de dos en dos hasta llegar a la puerta, pero su alegría de detuvo de golpe al recapacitar en que si era el o era el otro para sacarla de la casa de Hernández.

Por que ella al morir, obviamente su familia quedaría como propietaria de ese lugar y tal vez solo para molestarla llamo a los abogados de la familia, la alarma de su reloj sonó indicando que ya son las 4 de la tarde.

María no podía creer que tan tarde era para estar a estas horas del día a la casa, no puede ser el, viajar tan rápido no tiene sentido, pero si no son ellos ¿De quién trata?

—¿Quién es?—Preguntó tomando la perilla de la puerta por si quieren entrar sin permiso—¿Hola?—Volvió de decir al no recibir respuesta.

—Soy yo—Contestó decaído el señor de la cabaña, María abrió de inmediato para sentir una ola de viento cuando la niña entro para ir hacia el sillón en donde estaba un peluche esponjoso—Dios mio, no podía dejarte sola en este momento tan difícil—Le dijo para abrazarla con cariño acariciando su cabeza—Se que debe ser fatal para ti perderla, yo también estoy devastado por su partida tan injusta de este mundo.

—Gracias, gracias, gracias—Dijo María para corresponder el abrazo, el señor la acercó más a él sin importar si invade aun más su espacio personal, la chica sintió en sus brazos una protección tan fraterna que no había sentido con su padre desde que nació.

—Si gustas, puedes contarme todo—Se separó un poco para quitar con su mano las lágrimas de la chica que aún no querían dejar de salir—Pasar por algo como esto, para ti debe ser duro.

—La extraño mucho—Balbucio con su labio temblando, el señor la volvió a apretar contra él—Gracias por venir, no sabía a quien llamar—Confesó mordiendo su labio, hasta que se sintió enormemente culpable—Siento que soy una molestia para usted, verme llorar de esta forma tan privada.

—No digas eso—Se apartó de nuevo para tomar sus manos—Estaremos para ti—Afirmo con una sonrisa presionandolas un poco demostrando su entrega a ella, María asintió para verlas y se separó de golpe con pena por ser tocada por él.

—Disculpe, que atrevida soy, por abrazarlo y tocar sus manos—Se lamento para alejarse de él mirando de reojo a la niña que no les presto atención en ningún momento.

—Creeme que no esa mi intención, Hernández fue una gran amiga mía y que tu lo fuiste para ella, te convierte en parte cercana a mi y a mi hija—Aviso sincero ante lo que dijo María, la mujer sonrio complicida con su respuesta.

El hombre ciego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora