PRÓLOGO

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LYANNA STARK

Talló sus manos con fuerza. Sentía frio a pesar que dentro de los muros del Gran Torreón corrían aguas termales que mantenían el calor en la habitación. No le servían para nada. Hizo una mueca disgustada. Durante mucho tiempo el terreno y clima del norte no hacía muy llevadera la subsistencia de los friolentos habitantes. Sus vidas enteras dependían del hecho de que el invierno se acercaría algún día—la dulce finalización del verano— y que debían prepararse para sobrevivir a ello. Amaba su hogar y a la vez detestaba el frio. No obstante, jamás había explorado Invernalia completamente, su enfermedad la hacía pensar que en realidad el invierno ya había llegado por ella y que posiblemente la estación que tantos temían los westerosis estaba atestada en toda su habitación.

Observó la ventana, el cielo era gris y podía escuchar ciertos cuervos graznando afuera.

— ¿Quién construyo el Trono de Hierro?—escuchó la áspera voz de la Septa Mordane.

—Aegon El Conquistador.

— ¿Y quién lo sucedió?

—Su hijo mayor, Aenys Targaryen y después, cuando este falleció, su otro hijo, Maegor El Cruel. Aunque, este en realidad usurpó el trono.

— ¿Quién termino de construir la Fortaleza Roja en Desembarco del Rey?

—Maegor El Cruel.

Lyanna tenía dedos delgados y pálidos, su piel era tan blanca como las páginas del libro en sus manos. El libro que tenía en manos hablaba sobre la Danza de Dragones, un desafortunado evento de la guerra entre Rhaenyra Targaryen y su hermano Aegon II. La joven dama decidió no prestarle atención a la vieja Septa Mordane quien seguía hablando, esta vez, de los lemas de las Casas importantes en Westeros, y quién sería mejor partidario en el Norte para obtener su mano. La mujer mayor pertenecía a una septa que seguía el paralelismo de la Fe de los Siete. Su madre, leal a sus costumbres en Aguasdulces era igualmente partidaria a la particular religión ciega de los siete. De hecho, su padre le había construido un Septon aquí en Invernalia. Aunque, Lord Stark prefería rezarle fervientemente a los dioses antiguos como todo buen norteño. Lyanna prefería no creer en los Dioses, ni nuevos u antiguos, cada noche, cada día rezaba para convertirse en una joven más fuerte y darle orgullo a su casa. Si bien, seguía siendo una niña enfermiza, lo único que lograba transmitir era lastima. Desde su decimoquinto día del nombre dejó de rezarle a los Dioses en las noches, solo reservándolo cuando tenía que fingir falsa devoción religiosa frente a sus padres.

—Ahora Lyanna, empecemos con la clase de bordados.

Lyanna no prestaba atención, sus ojos estaban perdidos entre las páginas del libro y la anciana Mordane, como siempre, frunció los labios, arrugando su alargado rostro.

—Estoy hablando Lyanna, es una falta de educación no escuchar a las personas que

—Theon me ha dicho que encontraron cachorros de una Loba Huargo cerca de Invernalia, un cachorro de esos es mío—replicó con voz grave— ¿Por qué no lo han traído a mi habitación?

La Septa Mordane frunció el ceño.

—Lady Catelyn comentó que el pelaje de aquella bestia podría enfermarle.

Lyanna consternada miró con ojos chispeantes a la anciana. Sus ojos azules siempre claros se volvieron oscuros de ira y tristeza.

—No creo que el animal pueda enfermarme más de lo ya que estoy. Soy una Stark, en mis venas corre la sangre del lobo, ¿Qué sería de mi si no puedo criar a un lobo como mis otros hermanos deben estar haciéndolo?—preguntó apretando los dientes.

THE LAST TARGARYENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora