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awake in the dream

Los días eran inmutables. Atari lo descubrió a los ocho años, cuando comenzó a alejarse de su hermano y los campos de sembradío de arroz y avena alrededor de donde creció comenzaron a parecerle una prisión de la que no podía salir por más que lo intentara; el sol daba la ilusión de salir por el horizonte todas las mañanas, el medio día nunca tardaba en llegar y el final del día con el anochecer siempre aparecía para recordarle que estaba, siempre, un paso más cerca de la muerte. O al menos siempre le gustó pensar en eso, porque le regalaba una buena sensación de control que nunca está de más.

—¿Te vas a quedar ahí todo el día? Baji y yo nos iremos a casa.

Con un suspiro pesado, negó. La música no dejó de sonar por los audífonos blancos en sus orejas evitando que pudiera escuchar algo más sobre lo que ambos hablaban, pero no por eso la detuvo. Eran pasadas las siete de la tarde, la posición del sol y el canto de los grillos se lo hacían saber, además del reloj en la pantalla de su celular. En el momento en el que el más bajo se dio cuenta de que la peli negra no les estaba prestando atención pasó su mano derecha sobre su rostro, espabilándose de los golpes que aún sentía recientes, y se agachó hasta ponerse de cuclillas junto a ella.

—Ya te escuché —aseguró, quitando la vista del cielo para ponerla sobre el rubio—, pero no me quiero parar. Estoy cansada.

El rubio dirigió su mirada hacia el suelo, casi resignado a lo que vendría después, y no pudo evitar el presionar sus puños al escuchar cómo Baji pateaba la lata de coca cola que había comprado al hacer la parada en una tienda de conveniencia.

—Nadie te pidió que te metieras, para empezar. Chifuyu y yo teníamos todo controlado.

Atari miró al mencionado con cansancio, recibiendo una sonrisa corta como respuesta, y fue hasta ese momento que detuvo la música y se quitó los audífonos. Seguido de eso, se puso de pie frente al más alto.

—Sí, se notó muy bien en el momento en el que casi se atraviesan el cráneo —soltó, sacudiéndose los brazos de los restos de tierra, machándose más de sangre propia y ajena—. Ya, me levanté. Vámonos y deja de quejarte.

El silencio volvió a hacerse presente entre los tres dejando que los grillos y los autos tomaran protagonismo de nuevo, y ni Chifuyu ni Baji fueron capaces de decir algo más mientras veían a Atari peinar su cabello corto en una trenza desordenada. Era cierto eso de que casi le atravesaban el cráneo, dos veces, con un una varilla que un maniático perteneciente a una pandilla de preparatoria no soltó en ningún momento de su enfrentamiento. La verdad era que para ese momento ya había olvidado la razón por la que habían comenzado la pelea, pero lo que sí recordaba era el momento en el que Atari apareció detrás de ese pelón que intentaba atravesarle los sesos para golpearlo con todas sus fuerzas en la sien.

Quizo volver a la misma discusión de siempre sobre que ella no debía verse involucrada en ninguna pelea que no fuera realmente forzosa, pero la idea de que de no haber sido por ella probablemente ya no estaría con vida no lo dejó hacerlo. Compartió algunas miradas con Chifuyu mientras bajaban las escaleras del subterráneo, y apretó los labios antes de dirigir sus pasos hasta las máquinas donde compraban los boletos. Atari y Chifuyu le dieron el dinero de su pasaje en silencio, apoyándose contra la pared junto a la máquina de color blanco y cerrando los ojos a la par. Ese fue el momento que el rubio aprovechó para agradecerle al cielo que una discusión no hubiera empezado minutos antes, y Atari para guardar sus audífonos y su mp3 en las bolsas de su falda del uniforme. El peli negro soltó una risa baja al ver lo coordinado de sus movimientos, y se encargó de dejar los pasajes de ambos sobre la máquina una vez que terminó de comprarlos. Al escuchar el ruido de la mano de Keisuke golpear contra la máquina ambos entendieron el mensaje y tomaron sus boletos para seguirlo hasta los torniquetes.

si fueras lluvia | tokyo revengersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora