Capítulo 1

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La noche transcurrió sin sobresaltos, y aunque aún era de madrugada, los primeros destellos de luz ya comenzaban a teñir el horizonte. Pronto, el día se abriría paso, ahuyentando a las estrellas que lentamente se desvanecían, mientras la enorme y brillante luna retrocedía, ocultándose detrás del cielo pálido.

Los fuertes vientos, que antes eran un problema para el bosque, se habían calmado un poco. El suelo, cubierto de una densa capa de nieve que alcanzaba cerca de un pie de altura, yacía inmóvil, como un vasto lienzo blanco. La tierra bajo la nieve estaba estéril, húmeda y privada de vegetación, salvo por los árboles que se alzaban rígidos y sombríos, sus ramas cubiertas de escarcha... Demostrando que ninguno de ellos ofrecía señales de vida, ni de que alguien estuviera allí.

Sin embargo, Loan permanecía allí. Aún dormía plácidamente, acurrucado dentro del refugio improvisado que había encontrado en el tronco hueco de un árbol viejo. Su descanso, seria interrumpido por unos copos de nieve traviesos que se habían filtrado a través de las pequeñas grietas de su escondite, aterrizando sobre su rostro y despertándolo.

— ¡Ahhh, maldita nieve! —Exclamó, visiblemente molesto, mientras se incorporaba de su cama improvisada. Con manos torpes y adormiladas, se sacudió los copos que habían cubierto su pelaje, dejando escapar un suspiro de frustración por el descanso perdido. No solo era el frío lo que lo inquietaba, sino la manera en que el mundo exterior parecía empeñado en recordarle su vulnerabilidad en medio del implacable invierno.

Entonces un rugido inesperado y profundo emergió de su estómago, exigiendo atención inmediata. Loan se levantó de golpe, impulsado por el hambre, y se dirigió hacia donde recordaba haber dejado su trineo, donde comenzó a rebuscar entre sus provisiones, localizando rápidamente unas dos pequeñas bolsas de lienzo que examinó con detenimiento. Dentro de ellas, halló algunos frutos secos y semillas comestibles. Además, sacó una vasija de piel hecha a mano, que contenía el agua que había almacenado cuidadosamente.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que se le estaba acabando la comida; quizás solo le duraría unos días más si la administraba bien junto con la segunda bolsa... Así que decidió comer una cantidad moderada de cada cosa para tratar de racionar el resto durante unos días más. Lo mismo haría con su fuente de agua, bebiendo solo pequeños sorbos para alargar su duración.

Se sentó frente a los restos de lo que una vez fue la fogata y entrecruzó las piernas. Miraba las cenizas mientras daba bocados, casi sin pensar mucho, ignorando todo a su alrededor, incluso a sí mismo. Lo único que podía sentir era el sabor dulce y crujiente de los frutos secos que estaba comiendo.

Cuando terminó de comer, decidió que era un buen momento para continuar su camino. Tal vez al fin lograra llegar a La Casa Humana si apresuraba el paso. No sabía mucho sobre su ubicación exacta; lo único que tenía para orientarse era un maltrecho mapa de papel, tan arrugado y desgastado por el tiempo que algunas partes eran apenas legibles. Aun así, el mapa contenía rudimentarios dibujos que representaban el camino que debía seguir, aunque la precisión de los detalles dejaba mucho que desear.

 Aun así, el mapa contenía rudimentarios dibujos que representaban el camino que debía seguir, aunque la precisión de los detalles dejaba mucho que desear

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