Se estrecharon las manos en modo de confirmación y el joven millonario sonrió de lado sabiendo que iba a ganar la apuesta.
Digo, era Ashton Irwin. Todas las chicas desearían estar en su cama, e incluso algunas, darían lo que fuera hasta por ser rechazadas por él.
Pero lo que el rubio no sabía, es que Jan era diferente a todas.
Miró la hora en su reloj de mano y se fijó en la tarjeta rojiza entre sus manos
«Abierto las veinticuatro horas»
Esas cuatro palabras escritas en la pequeña cartulina fueron las suficientes para que Ashton cogiera las llaves de su coche deportivo situadas en el bol de la entrada principal y se adentrara en el garaje con un único destino y objetivo.
The Bananenbar.